martes, 28 de diciembre de 2010

Mammona


Tengo unos cuadernos donde apunto “cosas oídas y cosas leídas”, que me gusta de vez en cuando repasar desde la perspectiva de su futuro, que es el hoy. Entre ellas hay de todo, desde expresiones populares u ocurrentes hasta algún “textículo” propio de un prospecto, eso que ahora se llama “la literatura”, que acompaña píldoras, cápsulas o viales medicamentosos.

En mayo de 2006, bajo el logo de una entidad financiera, leí un rotundo “¿Quieres? Puedes”, seguido de una verdad de conveniencia “el dinero nos hace libres” y el saludo al potencial cliente con unas letrillas:“Bienvenido/ al lado bueno del dinero./ A un mundo,/ en el que solo hace falta querer,/ para poder./ Bienvenido a...” y seguía la razón social.

Por lo que veían y oían, entre incrédulos y envidiosos, a mis amigos centroeuropeos España les parecía ese Pays de Cocagne del imaginario medieval europeo que pintara Brueghel “el Viejo”. Una especie de paraíso terrenal en el que mana la abundancia, donde no se conoce el hambre ni las guerras y el esfuerzo está proscrito, a no ser para el juego y el ejercicio de la pereza.

El milagro español, decían. Entonces, todo era dar para cualquier negocio o chuchería. Ahora toca pedir a los entrampados y equilibrar balances.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Expectación


Dieciocho de diciembre. Me decido a dar un paseo mañanero haciendo la ronda de las murallas de Pamplona, desde el Portal de la Taconera y el revellín de San Roque hasta finalizar más allá del fortín de San Bartolomé, en lo alto de la que decimos ripa o cuesta de Beloso. Voy a estrenar la pasarela de moderna factura que salva por arriba la antigua puerta de Labrit. Será una solemne caminata entre baluartes y revellines de traza Vauban, con magníficas vistas invernales desde el alto borde de la meseta pamplonesa, por cuyo pie discurre un caudaloso río Arga.

Es también sábado de Adviento instituido como «día celebérrimo y preclaro» por los padres del X Concilio de Toledo, allá por el año 656, a fin de celebrar la expectación del parto de la Virgen María desde ocho días antes del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Se le llamó día de Santa María o de la Expectación de la Virgen, pero la devoción popular lo consagró definitivamente como fiesta de Nuestra Señora de la O, por causa de las antífonas de esperanza que se recitan a diario desde la víspera: «O Sapientia, O Adonai, O Enmanuel… veni!».

A medio camino, pasado el Portal Nuevo, entre Recoletas y Santo Andía, hay una pequeña plaza ―recoleta, debería reiterar― donde desde el siglo XIV se venera una gran imagen gótica (santu aundia) de Santa María expectante el parto, cuya primitiva basílica medieval, adosada al convento de los Carmelitas descalzos, estuvo regentada por la antigua cofradía de Languinobrari, de labradores. Y aquí me detengo un rato porque hoy camino evocador de tiempos y personas que no volverán.


Esta Plazuela de la O es un rincón pintoresco desde el que, mediante una gran escalinata de piedra de varios tramos, se puede descender al pie del Portal Nuevo. Es un lugar donde me he divertido mucho en mi niñez. Acompañados por nuestro preceptor y algún amigo que se pegaba, mi hermano y yo jugábamos a las chapas haciéndolas descender a golpecitos de nuestros dedos por las quebradas zancas escaleras abajo, cuidando que no se salieran del trazado, porque si era la tuya perdías la tirada y te aventajaban los contrincantes. El asunto era ver quien llegaba el primero al final de la escalera. No había premio, solo honrilla. Las chapas eran tapones de cerveza El León, de Cinzano y también de Orange Crush. Por su poco peso no era difícil que se cayeran del circuito. En vista de lo cual, preparaba las mías en boxes: la sacristía de la parroquia de San Nicolás, con la inestimable ayuda de un “monago” apellidado Celaya. Allí, ocultándonos de Trifón, el iracundo sacristán, hacíamos caer unas gotas de cera de los cirios sobre el revés de cada chapa y la cubríamos de nuevo con su junta de corcho, previamente extraída. Daban el pego y de este modo conseguíamos que ganaran peso y estabilidad.

Pero no solo evoco hoy juegos de niños, sino también a una tía abuela ―”La tía”, por antonomasia― bautizada con el nombre de María Expectación, “Expecta” para todo el mundo. Nombre inhabitual y extraño que no sé a qué piedad o devoción familiar pudo responder. Porque ella nació en agosto de 1899 ―«con el siglo», decía―, el día de San Lorenzo. De haberse aplicado los usos de la época, hubiera debido llamarse Lorenza. Pero no fue así y nadie podrá aclarármelo.

Enviudó joven todavía y sin hijos. Recibió en herencia un patrimonio mediano, pero siempre se trató a lo pobre y creo que literalmente padeció la vida. En cualquier caso, no la vivió sino como un valle de lágrimas. Era hija de su época: luto riguroso o aliviado y cabello siempre recogido, a lo sumo tocada su cabeza con un casquete con velito por los ojos y unas pieles de fuina por los hombros. Temerosa de Dios, adoradora infatigable, bajo espesa mantilla, en las Auras Juevistas promovidas por los padres Redentoristas. Su mayor preocupación era que de chicos «aprovecháramos bien», que ―en su lenguaje― nos hiciéramos personas de provecho. ¡Ah, y el escote y el largo del vestido de sus sobrinas!

No hubiera sabido describir su personalidad hasta toparme con un personaje de novela de la escritora Donna Leon, con alguien que se pasaba la vida «diciendo que no a todo lo que no fuera estrictamente necesario para la supervivencia. Ni se gozaba de los placeres ni se atendían los deseos, mientras la vida iba transcurriendo. O, lo que es peor, el placer se pervertía, y se encontraba sólo en la abstinencia y el deseo de satisfacción sólo atesorando el producto de las privaciones».[1]

Este podría ser su vivo y amargo retrato hasta su claudicación y entrega al amor de los “biznietos”, cuando se avino a ser atendida.

Recibimos el ciento por uno. Descanse en paz.


[1] LEON, Donna, Doctored Evidence. Trad esp. (Pruebas falsas) de Ana María de la Fuente. Seix Barral, Barcelona. 2005, p. 155.

sábado, 18 de diciembre de 2010

El talento postrero


Se me ocurrió una tarde de verano de 2003, a las 20,22 horas, que si le inyectaramos talento, confundiríamos al sistema y nadie sabría a qué atenerse, porque tendría que dejar de aplicar los métodos y herramientas supuestos ad hoc y forzosamente innovar. ¡La revolución!. Pasaron los días del estío de un año y otro y  optamos, sin saberlo, por dejarlo como estaba en su áurea mediocridad. Estamos ahora en sus postrimerías.

Hoy y mañana


A veces pienso al leerlo que Jaime, que parece insignificante, tiene una mirada estereoscópica. Ve más allá de lo que yo mismo veo…
Pero no. No si lo pienso bien. Creo que no es que tenga más capacidad de ver que yo. Es que repara en lo que ve, se para a mirarlo, no vive metido en el “bollo”, tiene menos prisa, paz. A mí me mata el “mañana”, por eso pierdo el tiempo hoy, y lo que realmente me cansa es dar vueltas a mi propio yo en un futuro que quizá no llegue a ser presente. Un despropósito.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Amatxo María



Falleció Amatxo María el día de San Martín. Contaba cien años de edad, menos un mes. Sintiéndose morir, dispuso volver a su casa de Leitza para allí ser velada y luego, en cortejo de familia y allegados, recibir sepultura en la tierra que ha sido testigo diario de su esforzado vivir. Mostraba en su féretro el rostro que siempre tuvo, apacible y sereno. Me dijeron que en su última enfermedad no sufrió y yo recordé las palabras del gran Leonardo al decir que “una vida bien usada causa una dulce muerte”. Porque María, todo fuerza y kozkor, no paró siquiera un momento en la suya. Prototipo de la mujer navarra, temerosa de Dios, sencilla, maternal, trabajadora, puntal y centro de su casa.
Los amores vienen de lejos. En 1982, los Carreño y los Baleztena celebramos cincuenta años de amistad. Intimaron con mis mayores en Leitza, allá por el 32, cuando huidos por los pelos de los sicarios de la República mis abuelos encontraron paz en aquél lugar. Leitza no fue un exilio para los míos, sino Navarra una nueva patria chica que decididamente les arraigó. En la paz bucólica de Leitza su vida no languideció, antes bien cobró tono y hasta vida social en Petrorena y sus aledaños, solar donde pululaban baleztenas, jaurrietas, carreños, trigonas y cualesquiera personas “de fundamento” que por allí recalaran, fueran rusos blancos, niños austriacos o gentes de Zaragoza.
Primero se alojaron en Iñaziobarun, luego en la fonda de la Calixta y, por fin, en Ofizina, donde los Zabaleta les alquilaron durante los veranos de varios lustros todo un piso de su casa. Se la conocía por este nombre desde que allá por los años 1912 ó 13 tuvieron en ella su sede provisional los ingenieros que tendieron la línea férrea del Plazaola entre Pamplona y Leitza.
Amatxo María, también Zabaleta de apellido, casó a casa de su marido Joshé Miel, carpintero de oficio. Pero esto ocurrió cuando éste volvió de la guerra, cuando desmovilizaron a su quinta. El ama joven se hizo cargo de la casa y también de su suegro Miel Joshé y de María y Angelita, sus hijas solteras. Seguidos llegarían una hija y tres varones, casi de mi edad: María Luisa (Chichinita), Juanito, José Ángel y Miguelico. Yo nací en el 48 y desde el mismo año veraneé en Leiza con mis padres y abuelos, entre tatas, tías solteras, María y Angelita, todas yendo, viniendo y cotorreando. La que ponía orden era la Amatxo y los hombres de la casa se dejaban hacer, mientras refunfuñaba el gineceo: “¡Venga, puess, no tenéis mejor cosa que haser! ¡Hala, a trabajarr…!” Aún no mediaba la mañana y ella ya había echado de comer a la vaca, a cerdos y gallinas, puesto el desayuno a los mayores, en planta la casa y se disponía a regar puerros, cebollas, tomates y vainas en su pequeño huerto, en el meandro de la regata. O a desgranar maíces, o dar la vuelta a las castañas y luego apañar un guiso sustancioso para la comida.
De la mano de esta mujer aprendí también a dar los primeros pasos por nuestra tierra, y descubrir grillos, luciérnagas, sapos y ranas; que los cabezones tenían tripas y que las abejas hacían miel, pero picaban con su aguijón; que las vacas parían y que luego les colgaba un no sé qué que nunca me dijeron. Izeba Angelita acariciaba el lomo de la parida mientras le decía “goshua, goshua!” y le daba a beber un balde con una tibia infusión de manzanilla, se conoce que para entonar a la res.
Ya mayorcito, me introdujeron en el mundo de la fabulación, excitando mi infantil imaginación con historias y sucedidos de la montaña: de brujas y lamías en Leitzalarrea, sucesos inexplicables, extraños brillos nocturnos en el cercano cementerio de los burros... La versión local del hombre del saco era Chiquito de Berástegui en carne y hueso, un vecino del pueblo colindante, corto de estatura, con cuya sola mención vencían mis rebeldías a la hora de la siesta o conseguían que volviera de los maizales donde me había ocultado para no hacerla.
Entorno mis ojos y los veo por ahí, vivos aún, a Miel Joshé, a las izebas María y Angelita, a Joshé Miel y a su hijo José Ángel. “¡N'este mundo…!”. Amatxo María también se ha ido al cielo. Siempre la quise porque casi me vio nacer. Sus ojos me transmitían una chispa connivente, como queriéndome decir ¡si yo te contara! Y de este modo yo comprendía lo que yo mismo ignoraba.
Cierro otro largo capítulo de mi vida y a todos les canto con aires de zortziko navarro Agur, Jesus'en ama,/ Birjiña maitea,/ agur, itxasoko izar/ dizdiratzailea./ Agur, zeruko eguzki/ pozkidaz betea. … Agur, Ama nerea,/ Agur, agur, agur.

martes, 30 de noviembre de 2010

La gran evasión.

 
Tengo leído que en Hollywood tienen el proyecto de hacer una película sobre el difunto actor Steve MacQueen. Me llama la atención que hoy en día los actores no sólo encarnen personajes reales y de ficción, sino que su propia vida, obras y milagros puedan dar lugar a guiones y producciones cinematográficas denominadas biopics. Sin duda, la zigzagueante vida de McQueen ofrece material para un argumento de éxito: hijo de familia rota, disléxico, un poco sordo, ratero y delincuente, fue carne de reformatorio. Estuvo luego tres años en la US Marines Corps, donde tampoco se libró del maco, aunque posteriormente se licenciaría con alguna mención favorable.
Tras vagabundear entre las bambalinas de Broadway, Steve McQueen cuajó como actor con The Great Escape, drama carcelario basado en la histórica fuga de prisioneros de guerra aliados del campo nazi Stalag Luft III. El reparto fue de lujo. Junto a McQueen, como protagonista, figuraron James Garner, Charles Bronson, Richard Attenboroug, Daniel Pleasance, David McCallum y Gordon Johnson, todos ellos dirigidos por John Sturges. La película estuvo propuesta (1963) al Óscar al Mejor Montaje y fue seguida de otras por las que McQueen también resultó propuesto como Mejor Actor.
Recuerdo haber visto por primera y segunda vez la película el verano de 1964, estando en Francia. Más que impactarme me conmocionó la tozuda actitud del rebelde personaje, reiteradamente castigado en la “nevega” con su guante de béisbol, y la gran evasión que protagonizó, campo a través, a horcajadas de una motocicleta nazi (en realidad una Triumph TR6 Trophy tuneada). McQueen, en su personaje, se convirtió en un icono de los adolescentes de la época. La película hizo furor y estuvo todo el verano en cartel. Los jeune-hommes burgueses mascábamos Hollywood chewing gum, vestíamos chancletas y Lee raídos con cuchilla de afeitar una vez puestos y ablandados en la bañera de casa; casi todos los amigos se adornaban la muñeca con pulseras de identificación militares, reminiscencia bélica de los cincuenta. Por entonces ya se había iniciado la escalada norteamericana en Vietnam y la muchachada francesa se mostraba belicista, decididamente pro yanqui y posaba a Steve. (A sus hermanos mayores los acababan prácticamente de echar de Indochina, de modo que los éxitos iniciales de la invasión eran acompañados de un clamor que más bien sonaba a ¡toma ya!). Era también el momento de la beatlemanía y apuntaban las ideas progresistas que alimentarían las revoluciones sociales y culturales del final de la década.
Viene esta evocación a cuento de una fotografía que acabo de ver de él en una revista de la semana pasada, trajeado de tweed, con chaleco y dije, cuyo pie reza: “Steve McQueen y su reloj: el eterno masculino”.
Casi han pasado cincuenta años y todo salió al revés. Venció el vietcong, la revolución cultural se comió a sus hijos y The King of Cool, como se apodaba a McQueen, falleció en México en noviembre de 1980. Así fue.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Vigorexia



Día gris, infame y de perros. Estoy con una pata chula sobre un almohadón en una banqueta, lisiado y partiéndome el bazo al leer --en el imaginario de V. Montalbán-- la confidencia que hacía Planas a su interlocutor cuando le relataba que, aunque venido a menos, no por ello dejaba de hacer cada mayo una cura de desintoxicación, consistente en un día a fruta, seguido de una quincena de ayuno riguroso. Se ayudaba con la ingesta progresiva de hasta un litro de purgante y, día si y día no, una lavativa "que no se acaba nunca". Confiesa que salía del tratamiento con energías renacidas, aunque ¡algo ¡ingrávido! 
Me lo veo como espiritado...

domingo, 19 de septiembre de 2010

¿Fueron todo amargores?


Persiste mi insomnio y me cansa el socorrido Trafalgar.

"En Galdos, los suyos ganaban alguna vez, en mis novelas no", pone el periodista en boca de Almudena Grandes, con motivo del lanzamiento editorial del primer volumen de sus episodios nacionales bajo el titulo Ines y la alegría. Puede que sea un buen trabajo de rescate y narración rigurosa de hechos y modos de vida poco o nada conocidos, o bien una nueva veta y sagaz trouvaille en el nicho de mercado de la obsesión guerracivilista. En fin, desconfío, cada vez mas, del marketing a todo trapo que de ella hace Tusquets en los escaparates de mis libreros. No obstante, voy a concederle el beneficio de la duda y ojeare el libro con detenimiento. Quizá compre.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Polisemia en la prosperidad de la granja.


Acabamos de aprender que guerra no es war y, por la misma, que un parado no es unemployed, pues puede perfectamente estar trabajando para el país (antes patria), aunque sin sueldo. Ahora mismo, los PIGS ―segun Financial Times― ya son menos cerdos en los siniestros mercados financieros, porque han perdido la S de Spain, que consuma su mutación y se cuenta ya entre los socios proactivos. Dios lo quiera.

jueves, 16 de septiembre de 2010

La catequista


En voz puesta y desahogada, en la antesala de la consulta medica, la roja ―pura coincidencia de colores― espabila a la azul. Cuestiones de ética arrabalera que la azul parece que no se ha llegado a plantear, pero escucha con la atención empastillada breves sentencias condenatorias, tras resultandos improbados y considerandos chirenes, que concluyen todos en cohecho y prevaricación con agravantes de la derecha instituida. De si misma dice estar a sueldo de la empresa para hacer de mala, pero el papel no le va porque luego todos van contra ella y, por eso, trampea. Hará huelga el 29.

viernes, 27 de agosto de 2010

Belicismo y caza


De un pueblo de España leo que sus ediles han rectificado una vez más el blasón de armas para quitarle la lanza que enarbolaba un cazador entre dos ciervos. El motivo, confesado, “evitar símbolos bélicos”. Para mí que es noticia de una atufante poquedad.

Es un fenómeno muy extendido por Europa que las villas y ciudades de realengo lleven las armas concedidas por un soberano con motivo de la concesión de la carta-puebla, los fueros particulares o de algún acontecimiento posterior que las distinguió. Otras poblaciones adoptaron las de sus señores y, en fin, las hubo que las crearon arbitrariamente. Su uso más antiguo se remonta al medievo y no ha sido infrecuente que lugares, villas y ciudades hayan cambiado de armas en su devenir histórico, como expresión de su personalidad. La ciencia del blasón referida a la heráldica municipal descubre en ésta elementos arqueológicos, advocativos, gráficos, tropológicos e incluso arbitrarios. Por otra parte, la legislación al uso permite que los municipios utilicen un escudo distintivo, fundamentado en hechos históricos, tradicionales o geográficos, en características propias de la corporación, e incluso en su propio nombre.

Lo cierto es que el remozado blasón al que me refiero “trae de azur y una mitra abacial de oro sobre un báculo y una alabarda del mismo metal cruzados en soteur [sic]. Todo ello sobre una triple arcada de medio punto de oro. Bajo el arco central un cazador, secundado en los laterales por sendos ciervos afrontados”. No se sabe a ciencia cierta cuando se adoptó como sello y blasón municipal. En cualquier caso no más allá del siglo pasado, pero sí se conocen sus fundamentos arqueológicos y advocativo-hagiográficos, a los que ahora se superpone la noñez de la extravagante corrección política municipal, en su versión antibelicista.

Resulta que el tercio inferior del blasón reproduce el dibujo de una estela romana, hallada en el término de Espelva, correspondiente al enterramiento de “OCTAVIA, HIJA DE PRUDENTE, DE 30 AÑOS”: bajo un triple arco, un cazador armado de lanza y escudo entre dos ciervos afrontados. Pues bien, es este cazador el que se ve ahora desarmado y queda en una frágil posición de “manos arriba”, “a mí plin” o “que me registren”, que bien pudiera convertirse en el motto de esta versión.

En el tercio superior, la mitra abacial evoca a San Veremundo, pretendido hijo del pueblo y abad benedictino del cercano monasterio de Nuestra Señora de Irache (1056-1092), notable defensor en su tiempo del rito hispano-visigodo o mozárabe en España.

Pero hay más. Cruzados en sotuer, el báculo de dicho abad y una alabarda de incierto origen, que tiene la particularidad de ser dibujada ahora no como en realidad es dicha arma de guerra, sino convertida en un hacha con muy largo mango. Y así, el alcalde, que es un moderno mandria, en vez de evocar orígenes históricos en la romanización, habla de un leñador, «que es más propio, “ya que realizaba su labor en los montes cercanos de Muskilda”».

A falta de actos de administración que luzcan más a favor de los 1069 habitantes del lugar, propondría a los munícipes más modernos de Villatuerta el cambio del nombre del pueblo por Villa-disminuida-sensorial-de-un-ojo, mucho más correcto. Y a aquéllos con más conocimiento de causa les diría que el nombre romance de Villa-torta, suena muy agresivo, pero podríamos actualizarlo como Villatorcida, Villaquebrada, Villatortuosa... Aunque, en realidad, a Patxi se le hubiera hecho el trasero gaseosa pudiéndole llamar Arandibarren con rigor ikastolari.

O mucho me equivoco o la próxima puesta al día del blasón tendrá que ver con la mitra y el báculo, a pesar de la extendida devoción popular: «Mientras el mundo sea mundo, el ocho de marzo San Veremundo». Se pondrán guapos los de Arellano.

sábado, 7 de agosto de 2010

Dolerse de penas


“Nazareno, coge la vela./ Costalero, hunde el hombro,/ Que la noche es larga/ Y los pasos cortos”. Rimas son de Vitaliano y casi, casi, una provocación. Primero en el tiempo fueron asalariados, mozos de cuerda y cargadores de la colla del muelle a jornal. Hoy los costaleros son devotos y, dígase cuanto se diga acerca de la frialdad actual, en las hermandades hay espera en lista, hasta que el abuelo muera o no pueda más.

Probablemente todas las que se cuentan en la Semana Santa sevillana son pequeñas historias, pero tan grandes como el corazón de cada cual. Los turistas incrédulos o inadvertidos las achacan a folclore, pero bajo las ocultas trabajaderas de cada paso hay amor, fervor y sentimiento. Amor a quien se lleva, magia y arte supremo al andar. También se sufre y pasan calamidades arrimando el hombro, metiendo los riñones y doblando, por el enorme peso, la cerviz. Lágrimas por las culpas propias y también de felicidad, al acercar a María hacia su Hijo haciendo la “levantá”, cuando grita fuerte el capataz: “¡al cielo, de verdá!”. Así es la gente que se dice “de abajo”, como Pepe, Pepín, un tipo enjuto y sarmentoso, costalero anónimo que hace cuadrilla con gente principal y el resto del año es albañil.

Nadie sabe del todo decir qué siente el costalero al llevar entre capirotes y sobre los pies, como si de “alfombras de sandalias juntas” se tratase, a la Madre de Dios, al Cristo o escenas de la Pasión. Sea la vivencia, como la de Hidalgo quizá, de “un reencuentro íntimo entre los cielos y la tierra” . Dicen de un novato cofrade que preguntó a sus mayores cuál habría de ser su propósito al comenzar, y éstos le contestaron así: ha de ser la humildad. Dolerte por tus penas y sentirte sólo recompensado por quien alzas al tirón, al tiempo que te regocijas por cuanto disfrutan los demás cada “chicotá”.

¡Que se me jubila la gente!


¡Que se me jubila la gente! Algunos, los más renegados, deseosos de que paren el mundo ―como se decía en mayo del 68― para bajarse en el primer apeadero. Otros deseando tomar posesión de un nuevo y codiciado, aunque resulte más magro, estatuto personal. Todos echando cuentas y haciendo planes con su libertad, frotándose las manos de gozo, suscitando envidiejas. No sé, no sé.

Máxima era del marqués frondista y mundano de La Rochefoucauld, que «antes de desear algo ardientemente conviene comprobar la felicidad que le alcanza a quien ya la posee». Pues eso, que no me es fácilmente comprobable yendo más allá del pellejo de las apariencias. Publio Ovidio Nasón, exilado de Roma en los tiempos de Augusto, recomendaba desde su experiencia aprovechar muy bien el tiempo de la vida, porque pasa con pie rápido y por muy feliz que sea el venidero, es menos dichoso que el pasado.

Mejor estar a lo que estamos. Que sean todos muy felices y que yo los vea.

Cosas inauditas no por falta de oídos, sino de dicentes

Noche cerrada de marzo frío y ventoso. En un aula infantil estamos dieciséis parejas, incluidos los ponentes, dos “repetidores” y veintiocho pretendientes, desde ingenieras industriales a peones de cantera; la mayoría autóctonos, también un francés y una mexicana. Son hermanos en la fe y están dispuestos a contraer conforme a los cánones. Es un buen número para un cursillo de preparación al matrimonio en el Mendialde navarro.

Algo está fallando garrafalmente en nuestra sociedad, y es la fundamentación antropológica de los conocimientos recibidos, en la familia y en la escuela. La gente no sabe por dónde se anda. Empezando por el principio: quién es el hombre, como es el hombre, para qué de la vida del hombre. Parece que haces política al afirmar la radical igualdad y dignidad entre el varón y la mujer, personas libérrimas, completas y complementarias también. Te miran raro cuando afirmas que hay dos formas de realizarse en este mundo como persona, en tanto que varón o como mujer. Y sin embargo, conforme les hablas, van atando cabos sueltos y del estupor pasan a la mirada connivente y al sutil cabeceo aprobador, conforme van comprendiendo que todo tiene que ver con todo, me refiero a las expresiones de lo humano.

Antropología del matrimonio que lleve a explicar las vidas matrimoniales fracasadas

El martirio polaco

Más de dos años han pasado desde que se estrenó, pero ayer noche pude ver, por fín, en casa y a mis anchas, "Katyn", sobrecogedora película del polaco Andrej Wajda, octogenario director de cine a quien adorna una especial sensibilidad narrativa con la imágen, lejos de cualquier sentimentalismo facilón. Y eso que su padre fue despachado por los soviéticos en los bosques de Katyn (1940) y su madre no lo pudo saber sino hasta diez años después. Es una película llena de humanidad que hace memoria histórica de un crimen de guerra, no más allá de la contundente narración de hechos ciertos y la presentación de dramas personales con ribetes autobiográficos, pero en su mayoría femeninos. ¡Qué tesón el de la mujer polaca!

En Polonia quisieron acabar con un pueblo privándolo de su “intelligencja” y, así, mientras los soviéticos masacraban a toda la oficialidad del ejército en Katyn, los nazis liquidaban profesores universitarios. Es una película completa, que también apunta las tragedias conocidas del “nuevo orden” bajo la bota soviética y la mediocridad de los nuevos ricos rápidamente situados.

Las cosas como son. Hasta ayer lo último que había visto de Wajda era “El Silencio Roto”, de 2002, pero desde entonces han pasado muchas cosas. Contaba Wajda en una entrevista que cuando se pasó su obra en el Gran Teatro de Varsovia, en septiembre de 2007, al apagarse las luces tras las escenas finales, se oyó cómo alguien rezaba una oración. Se ha dicho que “en la historia de Polonia se repite la misma biografía simbólica: la víctima inocente, el martirio, la muerte y la redención”. Nunca ha perdido la confianza en el resurgir de su nación.

ZEZENA


Siendo chico aprendí la triquiñuela mnemotécnica y, además, en 3D.

Sería el año 1956, finalizando el curso, cuando los padres jesuitas nos llevaron de excursión dominical a la playa. Era la excursión por antonomasia de los años colegiales. Un plan largamente esperado al finalizar el curso, porque nos cundía mucho: se partía pronto de Pamplona para oír misa en Loyola, darse un baño en las playas de Zumaya y terminar la tarde en Guetaria, donde la Compañía poseía una desportillada villa, rodeada de prados en ladera, con aspecto todo ello de legado testamentario. Se encontraba en algún punto donde la costa formaba una rocosa caleta junto a la carretera a Zarauz, que separaba la finca de la orilla del mar. La pequeña playa tenía las aguas frías y siempre llenas de repugnantes algas verdes, que no nos impedían tomar el baño a pesar, también, de la fuerte y peligrosa resaca. A la villa, desde la que se divisaba el famoso Ratón y su rabo, sólo subíamos para refugiarnos cuando amenazaba la lluvia.

Esta vez nos acompañaron como responsables el hermano Azcue y, no sé por qué, el padre Odriozola, que era profesor de Física y Química de los mayores. También se sumó don Javier Igal, maestro seglar que impartía clases a la sección B de la Preparatoria Segunda. Salímos de Pamplona en asmático autobús camino de Tolosa, por el puerto de Azpíroz, de trazado aventurado y pendientes desventuradas en las que los camiones “perdían” los frenos y besaban los pretiles de piedra con las carrocerías. De Tolosa, que apestaba por causa de las papeleras allí ubicadas que aportaban, además, abundantes natas espumantes al río Oria, seguimos camino del valle del Urola hacia Azpeitia, rumbo a Loyola. Pasado Bidaia, la carretera ascendía zigzagueando por el alto de Régil, cuajado de prados y bosquetes de la parte de Ezama e Ibarbia. Enseguida llegaríamos a la casa-palacio y santuario del banderizo oñacino, que acabaría en santo de altar. Finalizada la misa, el ritual exigía dar cuenta apresurada de un bocadillo del companage preparado por nuestras madres y un botellín del refrescante e inigualado Orange Crush.

Durante el viaje en el autobús no se oía música. La radio, aún de válvulas, captaba solo ruidos e interferencias. Entonces no existían siquiera cassettes. Los chicos cantábamos canciones de autobús: “Conductor, conductor acelere, acelere, acelere…”, “Las vacas del pueblo ya se han escapau, riau, riau…”; otras de carácter vascongado, ya que a la playa íbamos: “Desde Santurce a Bilbao…”, “Boga, boga, mariñelak…”, “Por el río Nervión bajaba una gabarra, rúmbala, rúmbala rum…”. De “El vino que vende Asunción…” nos gustaba cantar a voz en cuello el estribillo: “a mí me gusta el pin piribin pin pin,/ de la bota empinar, parara, pan, pan,/ con el pin piribin pin pin,/ con el pan, parara, pan, pan,/ al que no le gusta el vino,/ es por no pagar (bis),/ o no tiene un real”. Demostrando agudezas, los curas nos proponían pareados para que les siguiéramos con la matraca “Carrascal, Carrascal,/ qué bonita serenata,/ Carrascal, Carrascal,/ ya me estás dando la lata”. Indefectiblemente, acabábamos por cansancio cantando el pesadísimo “Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña…”, hasta que nos mandaba callar el iracundo Igal, ¡por “mostillos”!

Entre Régil y Azpeitia siempre entonábamos, bordado, Iñazio gure Patroi aundia, Jesusen kompania eta dezu amatu... Nos sabíamos de memoria el himno de la Compañía, aunque en castellano siempre perdíamos el resuello precipitándonos en el crescendo que acababa en los “lábaros”.

Y si no cantábamos, admirábamos el paisaje o discutíamos de fútbol, del Athleti, la Real Sociedad y, menos, de Osasuna, los tres en Primera División. Aún coleaba en el imaginario popular el gol de Zarra que permitió a España batir a la pérfida Inglaterra en los campeonatos del mundo de 1950, en Brasil. Mandaba el fútbol y sus figuras: Kubala, Di Stefano, Kopa… Al atleta Joaquín Blume lo conocíamos como “el Cristo de las anillas”; Goyoaga, el jinete olímpico, era de más alcurnia, por montar a caballo. También teníamos preferidos entre ciclistas como Louison Bobet, Fausto Coppi, y los compatriotas Guillermo Timoner y Bahamontes, e incluso el local Galdeano. ¡Hala Galdeano!, le animábamos desde las cunetas navarras viéndole pedalear baldado. Y qué decir del argentino Juan Manuel Fangio, que batía entonces todos los records mundiales de automovilismo, a bordo de sus Alfa Romeo, Maserati, Ferrari y Mercedes-Benz.

Todo esto, en realidad, viene a cuento de cómo me instruyeron para mejor recordar.

Los chicos navarros nos vanagloriábamos de Javier Ochoa, “el león navarro”, campeón europeo y mundial de grecorromana en los años 20, a quien es obvio que no pudimos conocer, pero sí recibimos de nuestros mayores su legendaria fama para, una vez magnificada, contraponerla a la de Paulino Uzcudun. Era éste un gigantesco vasco de 1,90 m. de altura, campeón de España y de Europa de los pesos pesados, quien recibió el único K.O. de su vida peleando el campeonato del mundo contra Joe Louis, en el Madison Square Garden de Nueva York. Pues bien, llegados a Régil, el padre Odriozola ―guipuchi declarado― tuvo a gala “recordarnos” que Uzcudun nació en un caserío de dicho pueblo; que era el menor de nueve hermanos y que siendo casi niño destacó como aizcolari y luego ―apretaba la beharra― en Francia, como boxeador con un gran poderío físico, temible pegada, gran capacidad de encaje y… proverbial apetito. Y, sacando la veta docente, añadió:

―«¿Sabéis como se dice al toro en vascuence?»
―¿…?
―«Pues zezena» ―nos ilustró a todos, castellano parlantes. Y nos enseñó el truco para recordar la equivalencia toro-zezen.
―«Muy fácil, pues. Pensad que, puestos a comer, por lo menos “Uzcudun se cena un toro”. ¿Entendéis? Se cena… se sena… zezena. A esto ―añadió― se le llama mnemotecnia, que no se os olvide. »

Así fue cómo aprendí mnemotecnia en 3D, aunando el artificio pedagógico que es, la iconografía mitológica del deporte y el vascuence durante una excursión. Y todo sin gafas,no como ahora.

ILUSO

Me llamaron iluso porque estaba dando a otro, bastanter astuto, una nueva oportunidad, cuando los usos prescriben que debía cerrarle definitivamente el paso y dejarlo en evidencia, a la intemperie con su propia realidad, desentenderme y quedarme mirándolo, como quien dice, desde la barrera. ¡Ahí te jodas, caaabrón! Pues prefiero pasar por iluso que ser taimado, aunque conviene estar avisado.

Estoy contento. Ya pasó un año.