martes, 30 de noviembre de 2010

La gran evasión.

 
Tengo leído que en Hollywood tienen el proyecto de hacer una película sobre el difunto actor Steve MacQueen. Me llama la atención que hoy en día los actores no sólo encarnen personajes reales y de ficción, sino que su propia vida, obras y milagros puedan dar lugar a guiones y producciones cinematográficas denominadas biopics. Sin duda, la zigzagueante vida de McQueen ofrece material para un argumento de éxito: hijo de familia rota, disléxico, un poco sordo, ratero y delincuente, fue carne de reformatorio. Estuvo luego tres años en la US Marines Corps, donde tampoco se libró del maco, aunque posteriormente se licenciaría con alguna mención favorable.
Tras vagabundear entre las bambalinas de Broadway, Steve McQueen cuajó como actor con The Great Escape, drama carcelario basado en la histórica fuga de prisioneros de guerra aliados del campo nazi Stalag Luft III. El reparto fue de lujo. Junto a McQueen, como protagonista, figuraron James Garner, Charles Bronson, Richard Attenboroug, Daniel Pleasance, David McCallum y Gordon Johnson, todos ellos dirigidos por John Sturges. La película estuvo propuesta (1963) al Óscar al Mejor Montaje y fue seguida de otras por las que McQueen también resultó propuesto como Mejor Actor.
Recuerdo haber visto por primera y segunda vez la película el verano de 1964, estando en Francia. Más que impactarme me conmocionó la tozuda actitud del rebelde personaje, reiteradamente castigado en la “nevega” con su guante de béisbol, y la gran evasión que protagonizó, campo a través, a horcajadas de una motocicleta nazi (en realidad una Triumph TR6 Trophy tuneada). McQueen, en su personaje, se convirtió en un icono de los adolescentes de la época. La película hizo furor y estuvo todo el verano en cartel. Los jeune-hommes burgueses mascábamos Hollywood chewing gum, vestíamos chancletas y Lee raídos con cuchilla de afeitar una vez puestos y ablandados en la bañera de casa; casi todos los amigos se adornaban la muñeca con pulseras de identificación militares, reminiscencia bélica de los cincuenta. Por entonces ya se había iniciado la escalada norteamericana en Vietnam y la muchachada francesa se mostraba belicista, decididamente pro yanqui y posaba a Steve. (A sus hermanos mayores los acababan prácticamente de echar de Indochina, de modo que los éxitos iniciales de la invasión eran acompañados de un clamor que más bien sonaba a ¡toma ya!). Era también el momento de la beatlemanía y apuntaban las ideas progresistas que alimentarían las revoluciones sociales y culturales del final de la década.
Viene esta evocación a cuento de una fotografía que acabo de ver de él en una revista de la semana pasada, trajeado de tweed, con chaleco y dije, cuyo pie reza: “Steve McQueen y su reloj: el eterno masculino”.
Casi han pasado cincuenta años y todo salió al revés. Venció el vietcong, la revolución cultural se comió a sus hijos y The King of Cool, como se apodaba a McQueen, falleció en México en noviembre de 1980. Así fue.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Vigorexia



Día gris, infame y de perros. Estoy con una pata chula sobre un almohadón en una banqueta, lisiado y partiéndome el bazo al leer --en el imaginario de V. Montalbán-- la confidencia que hacía Planas a su interlocutor cuando le relataba que, aunque venido a menos, no por ello dejaba de hacer cada mayo una cura de desintoxicación, consistente en un día a fruta, seguido de una quincena de ayuno riguroso. Se ayudaba con la ingesta progresiva de hasta un litro de purgante y, día si y día no, una lavativa "que no se acaba nunca". Confiesa que salía del tratamiento con energías renacidas, aunque ¡algo ¡ingrávido! 
Me lo veo como espiritado...