miércoles, 21 de diciembre de 2011

¡Tanto que contar y compartir!


Llevo largo rato mirándola a metro y medio escaso de su faz. Se siente observada y no sostiene la mirada, que dirige al infinito. Una bella mujer de rasgos eslavos que espera, como yo, turno para una extracción de sangre.

Porte digno y educado, el arreglo de sus cabellos y su mirada la delatan como una mujer poco corriente, que un día no lejano se lanzó por necesidad a la aventura de dar con un trabajo allí donde todavía lo había y lo encontró. Sus manos aún conservan la finura de sus orígenes. No han hecho callo ni se han deformado, eran de señora, pero hoy son de trabajadora.

Viste, con elegancia modesta, género negro barato y un blanco bolso de plástico que sostiene baboso sobre sus rodillas. Todo con dignidad. No sé la entidad de sus desarreglos o si estará enferma de algo, pero me transmite paz. Puede ser mi esposa, o la tuya, lector.

Descuidadamente le robo su imagen, que ahora contemplo, pero no tengo permiso de su dueña para publicarla

Intuyo que tiene trabajo y poco dinero para su día y día. Incluso mandará a los suyos, pero estoy seguro que ha empeorado su condición. Tiene mucho que contar, pero ni es el lugar, ni hay tiempo, ni hemos creado antes un ambiente de confianza mutua en el que compartir. Oigo que los altavoces reclaman mi vez y ahí la dejo, aparentemente en paz.

¿Qué piensa ella de mí?

Aquí y ahora

Parroquia santos Emeterio y Celedonio

Lo importante del Belén es el pesebre, donde se resuelve el  misterio de la Encarnación, ante el estupor de José y los ojos saltones de la mula y el buey. Pero lo demás no es tan accesorio como pudiera parecer. Hay belenes que son una perfecta recreación del medio físico y la arquitectura israelita, me transmiten arte, pero frialdad. A mí me interesan los clásicos, los que reciben a la Sagrada Familia ahora y aquí, donde cada cual vive, porque en el fondo es así: vienen a nosotros,  a nuestros corazones, a nuestro ambiente, que es el que el niño o el mayor, o ambos, recrean en su imaginación, con sus medios y con su arte. Casi siempre distinguiendo entre el bien, que encarna el Nacido, y el mal, representado por el castillo de Herodes o los soldados del romano colonizador. Por en medio pululan las ingenuas gentes de buena fe — los llamados a conocer la Buena Nueva en nuestro corazón—  con nuestras cosas del día a día invernal, cerdos, gallinas corderos, palomas y patos por aquí y acullá…  Como el campo en este corro, que está siendo arado, porque es el tiempo, y los cardos fajados para que blanqueen, que están casi en sazón, para ser comidos en los días de Navidad, aliñados con un poco de jamón, el zumo de un limón, un poco de harina, aceite, agua y sal. Parco aliño para una exquisitez. Un Belén a la navarra este de Cizur Menor.

martes, 29 de noviembre de 2011

Una ceñida a rabiar


Gracias Javier por tu paz. Esa que transmite tu serena mirada al mar que, aun herido de muerte, te queda por navegar. Animoso, te ciñes al viento y dejas hacer que te lleve donde sea que fuere, pero bien apretado a él. Que no se pierda una racha ni el timón, que a los winches estaremos los demás.

Me has transmitido paz, esa paz de verdad que nace del corazón y la otorgas gratis a los demás por el mero hecho de serlo. No digamos si hemos sido marineros en iguales singladuras, juntos, en la armonía de que quienes sufren una misma tensión y le dan cara, una misma cara con muchos brazos.

Me has dejado pensativo contemplando la inmensidad del mar, siempre cambiante, tan cercano, tan peligroso como la vida misma. Como el fuego.


Te veo bien Javier. Me quedo bien. Que la paz sea con nosotros.


(Foto: Alfonso Rosales Monge)

sábado, 5 de noviembre de 2011

La Beni


La Beni se gana parte de su vida limpiando panteones. En llegando el tiempo de Difuntos nos pide una excedencia, porque tiene no menos de sesenta abonados a los que limpiar y lavar las lápidas familiares. Tiene experiencia desde niña en ello, no en vano se crió entre malvas, porque su padre, enterrador, tenía derecho a casa-habitación en las instalaciones del cementerio municipal, trazado a cordel y con sus espacios verdes y todo.

De niño, a quien más conocí en el cementerio fue a su capellán, don Macario, que vivía con una hermana soltera, que le hacía de ama, en unas amplias habitaciones también municipales. Era de bonete romano, carlistón y conservaba el carácter trabucaire de su juventud. Solíamos llegarnos hasta su casa paseando en domingo, de la mano de mi padre. Allí nos daba para el almuerzo huevos fritos de casa, puestos por unas gallinas que debía tener en algún lugar por ahí y que mi padre decía por impresionarnos que picoteaban entre los huesos humanos descubiertos por las sucesivas mondas. Nada más falso, porque en el cementerio de San José no se dejaba ver ni un hueso, humano ni de fruta. Sólo rodaban por el suelo las piñas de los altos y reverenciosos cipreses y, en algunos rincones, manzanicas de pastor, porque algunos carnarios se adornaban de rosales silvestres. Ahora, de mayor, justo sé quién es el polaco que oficia como capellán y cada día reconozco más nombres en las lápidas; los cipreses tienen bastantes más palmos de altura y los rosales se han hecho agrestes sobre tumbas sin sucesores que revertirán sin remisión al patrimonio de la ciudad. Es la vida.

Volviendo a la Beni “mi” Beni, dice mi mujer, tiene oficio para los difuntos pero menos para mi casa. Le sobra voluntad y nos es muy fiel desde que, jovencita, criara a nuestros hijos con biberón. También es atolondrada, fisgona y muy rompedora, por imprevisión y unas manos como tenazas enemigas de Sèvres y Bohemia. Eso sí, ¡cómo cocina las verduras de la huerta! ¡Con qué ciencia maneja el aceite virgen, los sofritos de ajos, las cebollas pochadas y las patatitas, ligando unas salsas ¡para chuparse los dedos! ¿Y los platos de cuchara…? Salvo que tengan carne, que la destroza, por lo que deduzco, macabro, que de lo que de verdad entiende es de huesos.

martes, 1 de noviembre de 2011

Huesos de san Expedito



No parece que San Expedito hubiera existido, pero lo cierto es que por ahí se amasan y comen sus huesos. En tiempo de la Semana Santa sevillana, por ejemplo, pero en mi casa también es tradición alrededor de Todos los Santos y del Día de Difuntos. Quizá porque se les diga huesos de un santo, pero lo cierto es que nada tienen que ver con esos mazapanes alargados, que remedan tibias con su tuétano de yema o mantequilla, para mayor verosimilitud laminera.


San Expedito, al parecer italiano, es un santo que no se encuentra en el martiriologio romano, pero recibe culto el 19 de abril desde el siglo XVIII. No me he puesto a rastrear más al personaje, porque me parece más bien fruto del imaginario popular y competencia de san Judas Tadeo y santa Rita en la solución de las causas urgentes e imposibles. Muy especialmente se le han encomendado las causas legales demasiado prolongadas, en las que la razón y la verdad lidian contra intereses de otro orden. «En Rioseco aprendí —decía La pícara Justinaque untan los pleitos con manteca para que se estiren. Es decir, se alargan infinitamente. Yo pensaba que era un negocio breve. No fue poco lo que tardó». Pues eso.

Expedito pasaba por ser santo protector de militares, estudiantes, jóvenes y viajeros, mas creo que ya nadie le encomienda sus avatares.

Volviendo a los huesos, los de este santo son pobres, de batalla. Se hacen con una masa simple de harina, levadura y huevos, algo de aguardiente o anís y ralladura de limón. A unas pequeñas porciones se les da forma redonda y alargada, como dedos, una incisión a lo largo y se fríen en aceite de oliva no muy caliente, para que se doren bien. Luego se espolvorean con azúcar glass. Recuerdan el sabor de rosquillos y chandríos.

De niños, cuando tata Consuelo o mi madre  nos ofrecían una bandeja de huesos de san Expedito, dábamos cuenta vorazmente de ellos mojando en leche o chocolate, sin preguntarnos si era o no tiempo para recordar a familiares difuntos ni encomendar negocio alguno al santo.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Las chulas


Me contaron ayer los amigos que, el otro día, de camino al campo de fútbol de Osasuna, se detuvieron en un clásico y afamado asador y pidieron que les prepararan unos bocadillos para merendar durante el partido. Como gran novedad gastronómica les ofrecieron unos bocadillos de chula que, lógicamente, aceptaron conmovidos y allí mismo los comieron calentitos. Claro, llegaron  tarde al partido. En Navarra, las chulas son lonjas de tocino casi sin entreverar, procedente de los “tempanos” del cerdo, curados con sal y oreados en la gambara, sabayao o desván.

La receta actual —me dicen— consiste el hacer las chulas, ni gruesas ni delgadas, a la parrilla y brasa de carbones vegetales y, al punto, ponerlas entre pan y pan tierno. Antes se hacían sin sofisticación, con un infiernillo o brasas de sarmientos de vid. Mi último bocadillo de chula lo tomé en la mili, con pan de chusco, y hasta años antes fue alimento común en mi casa y en la de los demás que se preciaban de comer bien: unas chulas acompañando a un par de huevos fritos con puntilla y… ¡a meter pan! Un almuerzo socorrido, suculento y, dígase lo que se diga, señorial.

Casualidad que, haciendo zapping el mismo día, me topé con un programa de Popular TV en el que se hacía un panegírico gastronómico-dietético de la carne de cerdo (“el olivo con patas”, alguno le llamó) y las bondades no solo de su carne magra, sino también de su grasa comida con moderación. Justamente al revés de lo que se conocía y practicaba hoy, para no engordar. Vivir para cambiar de opinión. ¡Ah, y los bocadillos de chula los pagaron a doblón!

martes, 25 de octubre de 2011

Lucinda


Es la gran plaza, dedicada a un prócer local, la que a media mañana de los días soleados de otoño se llena de un numeroso parque móvil empujado por melosas panchitas, aunque también los hay automotores. Hacen corros las ancianas, donde se parlotea animadamente de lo humano. Casi siempre de achaques, males y pastillas. Suelo poner la oreja a lo que dicen y nadie brinda un recuerdo al socorrido “en mis tiempos”. Viven al día, con el beneficio de la medicina y los servicios sociales, la prórroga de la que no hubieran disfrutado en aquéllos.

Les basta un perro para ligar con quien lo pasea. Lo chistan para atraer su atención y recuerdan entonces al que en tiempos se les murió, aunque en realidad no fuera can, sino gato de granero en el pueblo de su primera juventud. El mío es mascota de compañía, el de ellos minino hijo de su madre y un padre cualquiera, cimarrón. Este cuadro se repite por las tardes, poco antes de caer el sol, aunque más difuminado por la numerosa juventud cervecera de la cercana universidad, que chicolea en las concurridas terrazas.

Ayer reparé en ella. Había tenido la caridad de sacar para lucir los guapos a sus viejas tías, que cotorreaban en el banco próximo. No era una treintañera agraciada. Prietas sus blancas carnes por el minivestido aleopardado, subida en unos tacones como un escabel, hablaba sin dar tregua por el celular mientras daba cortos paseos alrededor de sí misma, aplomada con las piernas abiertas. No sé qué instrucciones daba de fundamento a su interlocutor, pero denotaba que alimentaba su ego con la pose y el ademán calentón. Parece que estuviera sola en el mundo. De haber nacido unos años después no se hubiera llamado Lucinda, como requerían las tías de su atención.

domingo, 25 de septiembre de 2011

El colillero

Hace decenios que no lo veía, pero el otro día contemplé cómo un anciano recogía colillas del suelo. Con especial cuidado lo hizo con una pava de purito holandés, terciado, que se prendió al morro y aspiró el humo con fruición, como si de un Montecristo se tratase.


Horas después no me pareció que el ponente de una charla académica exagerara exponiendo el carácter de «catástrofe humanitaria de la crisis económica española», con millones de parados, jóvenes sin empleo, prejubilados con escasas pensiones, desahuciados por impago de hipoteca, comedores de caridad con cola, vergonzantes pasando necesidades sin cuento, robos para vender a peristas sin escrúpulos, gente a la rebusca entre la basura para aplacar el hambre… Más tráfico de droga, de blancas, de inmigrantes, de niños, de órganos…

Pero de esto apenas se informa, o se hace de modo deslavazado, de manera que apenas unos pocos ―tildados de negativos y pesimistas― tienen los datos para una visión de conjunto del gran problema. Si acaso, se debate un poco en las instituciones para justificación en el diario de sesiones, pero no se ofrecen alternativas ni soluciones. Crece, eso sí, el número de indignados de todo pelo y condición que ya no saben cómo expresar su rabioso pasar y sentimientos, porque los cauces para ello están reventados, enmarañados por la casta que discute si las ranas visten pelo o pluma o quién gana la porra del «y tú más», mientras mantiene su dieta cobrándonos sueldo, emolumentos y derechos pasivos generados precisamente por su pasividad en los escaños. Me decían gentes de bien con la franqueza que exige la salud pública que, de entrada, a quien diga que nada puede hacer porque es un mero concejal hay que partirle con mucho respeto la cara, finiquitarle el momio, y echarnos a los demonios o todos en auzolán para sacar adelante el negocio ciudadano, dejándonos de atildados salvapatrias.

Ya no se trata del pensamiento agustiniano acerca de la excesiva preocupación por las cosas materiales, que lleva al alma a la mediocridad. Hay gente que metió su alma en un armario para que no estorbe y así desenvolverse mejor. Otra se embrutece sobreviviendo cada día. Pero, con ese iluso afán igualitario que nos está matando, a quien menciona la mediocridad, comenzando por la propia, se le llama elitista y soberbio… Y vuelta a enrasar, por abajo, claro.

Se ha instaurado el fracaso del vivir material. Mas vivir, lo que se dice vivir, no ha sido siempre así.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Un dilema de dos, que resultó de tres


Confieso que lo hice así, como lo cuento, y volvería a repetirlo en defensa propia.


Ayer, al caer la tarde, mi mujer y yo caminábamos por una acera de unos cuatro metros de ancho, entre una farola, un chirimbolo para no sé qué y, un metro más allá, una señal de la ORA. Íbamos con nuestro pequeño perro que, atado corto, olisqueaba el muro de la izquierda. Frente a nosotros, una gusanito nos miraba, viéndolas venir… Y vino así.


Oí por detrás una voz que, a cierta distancia, gritaba pí, pí, pí… Miré de soslayo y vi a dos mozalbetes sobre una bicicleta acercándose, inestables, a cierta velocidad. El que se sentaba sobre el manillar gritaba ya un insolente piií, piií, piií… Un dilema vital se me presentó: o saltábamos con el perro o nos atropellaban por la espalda. Mi mujer en Babia, el perro a lo suyo y la gusanito atenta al desenlace…


Enfiló la bicicleta el escaso espacio que había entre mi mujer yo cuando, haciéndome a un lado, volví sobre el otro y con mi hombro le di un empellón al equilibrista. Él, su motor y los hierros que cabalgaban se esnafraron contra una reja, mientras maldecían de nosotros ¡por no apartarnos! y nos amenazaban con darle una patada al puto perro. Mi mujer comprendió mi finta y aún le retó al macho más vociferante: «¡ven por aquí ven…!» Pero no se le acercó. Se alejaron blasfemando, mientras la impertérrita gusanito comprobaba en los parabrisas de los coches que nadie se excedía en la ORA.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Košice, y II


Monumento en Košice

Sujeta al devenir histórico, otrora parte de Transilvania, luego del Reino de Hungría, provincia del Imperio austro-húngaro, reino sin restauración monárquica, checoslovaca tras el telón de acero y hoy eslovaca en el seno de la Unión Europea. De mano en mano, de todos, quizá de nadie, llamárase Kassa, Kasbrau o Košice, es patria chica de un errante que se firmaba Sándor Márai. En realidad Sándor Károly Henrik Grosschmid de Mára, nacido en 1900 en esta ciudad. Húngaro de nacimiento, sajón de estirpe paterna y nacionalizado norteamericano; antinazi, antisoviético, casado con judía… Suicida con las botas puestas, probablemente no consiguió lo que proclamara: “El hombre hace suyo un lugar no sólo con el pico y la pala sino también con lo que piensa al picar y palear”. “Peregrino del siglo XXI”, le calificaron hace pocos años sus compatriotas.


En Košice hay un conjunto monumental en bronce dedicado a Márai. El autor está sentado, en relajada actitud de atender a quien pudiera estar sentado en la silla vacía que tiene enfrente, quizá en duelo verbal con el fingido Kónrad, buscando la implacable y recóndita verdad de los hechos en El último encuentro, o una respuesta a la pregunta “qué se esconde detrás de la amistad”.


Me hubiera gustado hacerlo, pero no me atreví a ocupar la silla vacía para concararme con ese profundo observador de los sentimientos y las relaciones humanas y preguntarle si, en realidad, lo que a él NO le pasó es que “uno acepta el mundo, poco a poco, y muere”.

Košice, I




Fuente: http://es.wikipedia.org/

 
Así ocurrió días pasados. Un jesuita, desde el ambón, no suele renunciar a hacer hagiografía de sus compañeros mártires. Siquiera debe procurar que no pasen desapercibidos para la feligresía, cuando hoy los santos se cuentan hasta entre la gente corriente. Es el caso de Melchor Grodziecki, Marcos Krizevcanin e István Pongracz, católicos papistas de la Compañía de Jesús a quienes los luteranos transilvanos dieron tormento y muerte el 6 de septiembre de 1619, en la ciudad de Košice, hoy eslovaca e importante plaza del imperio húngaro durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Una guerra que comenzó siendo revuelta y se hizo paneuropea, participando España en la Liga que apoyaba a Fernando II de Habsburgo.

Viajé a Košice a principios del 2000. Llegué out of time, vía Praga, muy de madrugada, en un airbús de bandera checa. La terminal muy gris, angosta, polvorienta, mal ventilada… En fin, destartalada y varias veces parcheada con materiales de dudosa calidad y estética. Un micro nos esperaba en el oscuro exterior para conducirnos a nuestra residencia en Spišska nová Ves, pequeña ciudad próxima, al pie de los Altos Tatras, en el macizo que forman los Cárpatos occidentales.

Košice, segunda ciudad de Eslovaquia, lo fue también de Hungría entre los siglos XIV y XVIII. Se encuentra en un rincón al noreste del país, entre las lindes de Hungría, Polonia y Ucrania. Austria tampoco queda lejos. Merced a sucesivos privilegios municipales de concesión real, creció como ciudad gremial y multicultural en el medievo, a la orilla del Hornád y en un cruce de caminos que le permitió desarrollar un importante mercado hasta el siglo XIX y ahora renacer. Aparte de sus orígenes forales, en 1369, Luis el Grande le otorgó el privilegio de usar escudo de armas, convirtiéndola de este modo en la primera ciudad del mundo dotada de blasón, que ilustra estas líneas, como elemento heráldico definidor de su personalidad. Otra de sus singularidades es que la de Santa Isabel de Hungría es la catedral gótica situada más al este de Europa.

Un tanto fanée por causa del anterior régimen comunista, la pequeña y coqueta ciudad es prototípica de las centroeuropeas, que se organizan a partir de un núcleo poblacional de estilo gótico en torno  a la iglesia, que se va haciendo progresivamente barroco e imperio conforme se aleja de ella.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Queda el tocón

A juzgar por los anillos que le cuento, tenía más años que yo. Fue un gran olmo que en el buen tiempo dio sombra a tata Milagros y al ama Matilde, que llegaban hasta él empujando agobiadas el cochecito con el último de mis hermanos, mientras los demás pululábamos en derredor y el japi no nos perdía ojo, por si echábamos mano de las flores de los parterres multicolores o las pisábamos mientras jugábamos al escondite.

Olmos de gran porte y prestancia han caído por docenas en los parques de la ciudad, víctimas de la grafiosis. El bosquecillo de la Taconera era un olmedo de negrillos con tal frondosidad que a sus pies, sobre un estrado de madera, la banda municipal interpretaba los clásicos románticos de los conciertos dominicales, seguidos por circunspectos ciudadanos desde las sillas de pago, los alejados bancos e incluso desde la barra de cinc con frescas cañas y olivas que servía El Alemán.

De todo esto, que hace tiempo pasó, quedan mis vívidos recuerdos infantiles y el tocón, que se pudre mientras nutre blancos hongos mucilaginosos, probablemente venenosos.

viernes, 19 de agosto de 2011

Retales por los bolsillos, 5. Don nadie.

Unamuno se preguntaba desde su cátedra griega salmantina quién era "idiota", para acto seguido responderse desde la etimología: pues un particular, uno que no es concejal ni de la junta del casino.
Idiota (ιδιος), un particular, o sea un don nadie, como se decía ayer, incluso con minúsculas. Pero el caso es que el propio don Miguel era de la opinión que "no es fuera, sino dentro donde hemos de hallar al hombre". No cuenta el estatus, sino la calidad de la persona.

Retales por los bolsillos, 4. Al político felón.

Las gentes se olvidarán de lo que dijiste, e incluso de lo que hiciste, pero ten la seguridad de que no olvidarán lo que les hiciste sentir.

martes, 16 de agosto de 2011

Retales por los bolsillos, 3. Expertise.


Un tal Marín tuvo el papo de afirmar en la mesa a la que había sido invitado: "Yo no opino. Vengo como experto". Y siguió silente.


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Retales por los bolsillos, 2. Cocinar la economía.


Seriamente: ¿Sabe alguien cuáles son los ingredientes reales para cocinar la economía, quiero decir, un plato de cuchara, no de diseño? ¿Resultará una especie de olla podrida que mata el hambre pero siempre tiene "efectos colaterales" indeseados?


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Retales por los bolsillos, 1. Inversiones educativas.


Nuestra generación, dice un treintañero, está acorralada, porque en España no se reconoce la formación universitaria y las empresas se han acostumbrado a tener una clase obrera de lujo.


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Un mártir con gafas


Santos con gafas solo recuerdo dos. Bueno, y un evangelista en un retablo que se halla en un Museo, al que el tallista le puso quevedos. Era su firma. Ayer celebramos a san Maximiliano Kolbe, mártir con gafas hasta que se las arrebataron en las requisas de Auschwitz. San Max, como le dicen, tiene una capilla en la iglesia de San Carlos Borromeo, en Wroclav, es decir Breslavia, en la orilla polaca del Oder, la Breslau nazi que sufrió asedio hasta su capitulación y posterior asolamiento por el Ejército Rojo.

La capilla se halla cerrada con una reja llena de amenazadores pinchos y apenas iluminada a través de unos vitrales en los que se aprecian a los SS apaleando presos hacia las duchas de la muerte. Es una capilla lúgubre, en la que estuve un largo rato meditando sobre la naturaleza del hombre y el enloquecido siglo XX que hemos dejado atrás.

[Ilustración: http://verdadescristianas.blogcindario.com]

sábado, 23 de julio de 2011

Pareciera cosa de hoy

Ahora, que es tiempo agudo de desempleo y de codazos por un quítate tú, que me pongo yo, me topo con esta redondilla, dedicada por el obispo-virrey y ahora beato don Juan de Palafox y Mendoza, navarro de nación por más señas, al marqués de Torres con motivo de un dictámen del primero sobre la vida cortesana en tiempos de Felipe IV de Borbón. Dice así:


Marqués mío, no te asombre;
ría y llore cuando veo
tantos hombres sin empleo
tantos empleos sin hombre.
La recoge Arteaga y Falguera en Una mitra sobre dos mundos... Sevilla, 1985, p. 50, que estoy leyendo precisamente en Fitero, en este año palafoxiano.

viernes, 22 de julio de 2011

El goce malévolo

Recuerdo a un concejal, que acabó maltrecho, tirado en la cuneta como bidón vacío de ciclista, que en el apogeo (¿paroxismo?) de su mandato confiaba a sus amigos de más confianza que había conseguido pensar una cosa, decir otra y aparentar una tercera, amén de cambiar de opinión cuantas veces fuera. Ahora lo suelo ver, añoso, arrastrando los pies por la ciudad, dedicado no ya a la bolsa, sino a la banca del parque que le acoge cuando luce algún rayo de sol. Hizo su parte de la Historia, pero nadie le homenajea por ello. Afirma que, si acaso, el municipio pagará una esquela con el consabido D.E.P. cuando fallezca.

Pienso que antes de envejecer será bueno instalarse en la azotea de la sociedad y desde ese mirador otear las componendas que se ofrezcan. Lo advertía Sándor Márai en boca del nonagenario protagonista de su afamada novela: «La vida se vuelve casi interesante cuando ya has aprendido las mentiras de los demás, y empiezas a disfrutar observándolos, viendo que siempre dicen otra cosa de lo que piensan, de lo que quieren de verdad…».

Aires meninos

Caoba con un cristal espeso, azogue caduco, luminosos reflejos, libros, ternos y relicarios que se intuyen, una tela al fondo pretendido trasunto de un venerable y beato... En fin, el traspunte destapado.

Entrelazos


El Monasterio cisterciente de Sta. María la Real de Fitero tiene una sala capitular que es una cucada. Conserva hasta la sillería anterior a la Desamortización del XIX. Es románica, de planta cuadrada, con nueve tramos de bóvedas de crucería que descansan sobre columnas. Los capiteles lucen una decoración vegetal de palmetas estilizadas o bien de piñas, arcos y hojas geométricas. Hay quien entre estas ve pequeños panecillos. Sin embargo, los capiteles de las cuatro columnas adosadas se muestran más toscos, con incisiones acanaladas. Tan solo uno, el que reproduzco, es una rareza antropomórfica: entrelazos agarrados por toscos puños que, señalan los expertos, son de estirpe mozárabe. Para mí que representa la fraternidad de la iglesia de Dios, al pueblo eternamente entrelazado, hermanado por una misma fe. Y me viene a la memoria el Libro de los Proverbios, donde se advierte: Frater qui adiuvatur a fratre quasi civitas firma (Prov. 18, 19), el hermano, ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada.

Me gusta tanto como significante, que lo incorporo como logo del blog.

miércoles, 8 de junio de 2011

El corral como refugio

Ordenaba papelotes que amarillean y añosos apuntes sobre la Negritud y me he topado con la alegoría de El águila que no quería volar, del metodista ghanés James E. K. Aggrey (1875-1927). Le acompaña un retal de fotocopia, que pierde ya el toner, con una narración alternativa de la mano del entredicho jesuita Anthony de Melo (1931-1987). Autores y narraciones son divergentes y fueron escritas en muy distintas circunstancias, pero hoy ―como se verá― no resultan precisamente extemporáneas. Comienzo por el texto alternativo, que es el de Tony de Melo:

«Un hombre encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos.
Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?
Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó por encima de ella, en el límpido cielo, una magnífica ave que flotaba por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas.
La vieja águila miraba asombrada hacia arriba. “¿Qué es eso?”, preguntó a una gallina que estaba junto a ella. “Es el águila, el rey de las aves”, respondió la gallina. “Pero, no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de él”.
De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral.»

James Emman Kwegyir Aggrey, apasionado por la educación del hombre africano, la narró solemnemente así:

«Un hombre, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho. Lo llevó a su casa y lo puso en su corral. Muy pronto el aguilucho aprendió a comer y a vivir como los pollos.
Un día pasó por allí un naturalista y, sorprendido, preguntó al propietario por qué razón un águila, el rey de todas las aves y pájaros, tenía que permanecer encerrada con los pollos. Y aunque el propietario insistía en que ya no era un águila porque aprendió a vivir y a comportarse como los pollos, él insistió: “Sin embargo, tiene corazón de águila y con toda seguridad se le puede enseñar a volar”. Y cogiéndola en sus brazos dijo al águila: “Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre las alas y vuela”. Pero el águila, confusa, saltó y se reunió de nuevo con los pollos. Al día siguiente la llevó sobre el tejado de la casa y le volvió a repetir: “Eres un águila, abre las alas y vuela”. Pero el águila tenía miedo de su yo y del mundo desconocido y buscó de nuevo a los pollos.
Al tercer día, el naturalista se levantó temprano y, sacando el águila del corral, la llevó a una montaña. Una vez allí, alzó al rey de las aves y le animó diciéndole: “Eres un águila y perteneces tanto al cielo como a la tierra. Ahora, abre las alas y vuela”. El águila miró alrededor, hacia el corral y arriba hacia el cielo. Pero siguió sin volar. Entonces, el naturalista la levantó directamente hacia el sol; el águila empezó a temblar, a abrir lentamente las alas y, finalmente, con un grito triunfante voló alejándose en el cielo.»

Recuerda El patito feo, de Andersen, pero hubiera sido peor para la rapaz que las gallinas, además, se burlaran de ella.

lunes, 6 de junio de 2011

Retales

Vuelto de Polonia, dejé escrito un papel donde me explicaba que nunca he querido visitar un campo de prisioneros y menos aún de exterminio. No he deseado alimentarme el morbo. Pero sí he considerado detenidamente la anulación de la vida que en ellos se practicó, bien por exterminio (quizá la más leve) o por aplanamiento. Fue determinante la lectura de Victor Frankl.


En otro papel decía que me impresionó descubrir ―¡por primera vez en mi vida!—que la importancia del holocausto no depende tanto de su magnitud como de su significado en términos de vidas personales rotas, insustituibles por su carácter único, singular e irrepetible, en términos de trabajo creador y de capacidad truncada de amar.


Se ha dicho que la “solución final” pasó a ser holocausto cuando los judíos muertos recobraron sus nombres y apellidos. Es atroz.
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Cada vez hay más gente que viste pelo blanco reluciente. Ellas se atizan un buen botellazo para obtenerlo; algunos de los otros tiran también de botella, pero para ocultarlo y les queda una cosa como “felpudo ratonero”, en descriptiva expresión de Juan Manuel de Prada.


Si el pelo fuera importante, crecería para adentro, aforismo argentino. Quizá por eso, más que lucir oronda calva, hay quien prefiere rasurarse el cuero y que brille. El peluquín es cosa de falsarios.


De soltero tuvimos en casa un perro bóxer experto en detectar pelucas. Era un don natural, porque no fue adiestrado. Descubrimos su habilidad cuando, un día, apareció por casa una cuñada de mi madre luciendo melena rubia cuando ella, en realidad, era morena y de pelo corto y lacio. El perro se puso como loco y, desde entonces, pudimos conocer a la gente que vestía postizos.
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¿Cuál es nuestra idea de lo que hoy es importante? ¿Es lo que en otro tiempo fue del mismo grado de importancia?
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Celebrar la vida y poner en común algo de lo que nos es común, a fin de superar el cansancio en las almas, el agotamiento físico y la resignación. Buscar una regeneración.
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De los fracasos no siempre surgen consecuencias positivas. Hay que extraerlas y trabajarlas. El riesgo es dejarnos llevar por el desaliento o un cálculo negativo en vez de por una ilusión sugerente para nuestro actuar.
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Ya está definido el mal que aqueja a nuestra época. Al diagnóstico le sigue la negación del mal, cuando debería seguir una terapia. Estamos en probatinas mientras se agudizan los síntomas de un mal que nos desfallece, a nosotros, que antes éramos sociedad.
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Cuando el fraile habla atinado se le cierra un párpado, como si con el otro ojo estuviera poniendo los puntos a las perdices. No yerra el tiro, cobra la pieza, ¡ya lo creo!, y no hace cuestión de ello.