domingo, 28 de diciembre de 2014

Don Blas de Lezo


Si los españoles hiciéramos honor a nuestra historia tendríamos una producción audiovisual y novelesca de hechos históricos inigualable. Las gestas históricas han sido miles, pero nos hemos quedado con lo peor, con la más atrevida ignorancia y con los complejos infundidos por nuestros envidiosos rivales, que no pensaron sino e arrebatarnos el Imperio para expoliarlo y tratar al indígena a cañonazos o al negro encadenado. Cuando los holandeses hablan de la Inquisición española callan la calvinista que dio tormento a los católicos en sus Países Bajos… En fin.

Acabo de leer de una sentada El héroe del Caribe. La última batalla de Blas de Lezo, firmada por Juan Pérez-Foncea. Narra con rigor histórico la batalla, en 1741, por la defensa de Cartagena de Indias por 3.000 españoles frente a casi 30.000 anglo-virginianos, 6 navíos del rey frente a una codiciosa flota de 180 barcos comandada por el almirante Vernon, que no pudo con la resistencia que le ofreció la plaza hasta ser derrotado, ya dentro de la ensenada y castillo, por el almirante don Blas de Lezo.

Blas de Lezo, alias mediohombre, guipuzcoano de Pasajes, almirante la Armada Española en el siglo XVIII, de quien en Inglaterra se prohibió hablar a los historiadores bajo pena de muerte, porque era como mentar al demonio entre sus marinos, que yacen por centenares en el fondo de los océanos. Al desastre de Cartagena se lo conoce entre los ingleses como la guerra de la oreja de Jenkins, una manera de echar tierra  —mejor agua de mar— sobre la tremenda derrota allí sufrida.


Tres siglos después empiezan a reconocerse los hechos de armas de Lezo, tapados hasta hoy por quienes valían mucho menos que él, pero se atribuían las victorias, bajo una dinastía que no hizo sino empobrecer España y al ser español. Hoy mismo hay enanos que rechinan los dientes por el reconocimiento al valor y al sentido del honor de Lezo.

(Nota en https://www.facebook.com/jazubiaur 28 de dicienbre de 2014)

lunes, 15 de diciembre de 2014

Truchas con cosquillas



Me contaba un viejo amigo baztandarra que pescaba las truchas en el río haciéndoles cosquillas. El secreto estaba en meterse en el agua al atardecer y seguir las orillas suai-suai, con la mano entre las madrigueras, hasta toparte con una trucha. «Entonces volvías la mano y tenías que tratarla con mucha gentileza, haciéndole kilikek en la tripa, suave —muy suave, ¿eh?—  hasta que se confiaba y, ¡zas!, al zacuto. Así —decía— media docena fázil, de las grandes. Y si te cogían en veda, ya sabías, merienda para dos o… para tres y arreglao, que tripa tenemos todos»

(Publicado en www.Lovelybaztan.com el 14 de diciembre de 2014)

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Aguas y una Salve


Romero a Ujué. 1997.
Era un amanecer frío, muy frío, con un viento racheado que afilaba el cresterío. Llovía con intensidad. Impertérrita caminaba una larga hilera de hombrones entunicados de negro, ceñidos con soga y cubiertos con negros verdugos de paño, portando negras cruces, algunas floridas, y faroles. Cantaban el Rosario y las Letanías. Se asemejaba a una estampa extraída de la España Negra preconcebida por Regoyos y Verhaeren. Arreciaba el agua y los verdugos y el hábito estaban empapados. Algunos, los más avisados, se habían cubierto con fantasmas, una suerte de amplios ponchos de fino plástico que llevan capucha y se atan a la cintura. Los más desgraciados nada traían y otros, víctimas de la modernidad, sacaron del bolsillo pequeños paraguas telescópicos que compraron a los chinos. Mi amigo era de éstos: extrajo el artilugio de entre sus refajos, pasó la cinta de seguridad por la muñeca y perdió la funda; luego, costosamente, lo abrió e inmediatamente se lo volvió el viento del revés y del derecho hasta cuatro veces. Me miró y dijo estupefacto: «me lo ha descojonado». Y soltó los alambres y el jirón de tela al aire mientras  exclamaba resignado: «¡Llévatelo, jodé, llévatelo!!» y la siguiente racha se lo arrebató.


Siguió a pelo, verdaderamente hundido, para saludar a la Virgen y cantar esa Salve que no implora, sino que grita peticiones con amor.

domingo, 30 de noviembre de 2014

El bebé Dios


Al otro lado del grueso cristal está el nido del hospital maternal, que guarda a los últimos niños aquí nacidos. Son pocos, unos blanquitos sonrosados y los más morenitos. Todos inocentes. Unos supongo que bienvenidos para la felicidad de sus padres, otros —a veces no puedo liberarme del pensamiento que hace crujir mis honduras— sobrevivientes del exterminio de no ser por… Son los bebés los seres más desvalidos de la naturaleza, pero en ellos reside el futuro del mundo. Debieran ser nuestra esperanza. Con la mirada puesta en ellos, el silencio umbroso del pasillo me lleva a otro pensamiento, de adviento.

La religiosidad popular se expresa como Dios la da a entender. A veces de modo incoherente. Es el caso del despropósito piadoso que representa al niño Enmanuel, impartiendo con su manita recién nacida su bendición a los hombres de buena voluntad que se acercaron a él, tras ser convocados por esos angelotes regordetes y alados con los que vestimos nuestros belenes. Y no, no pudo ser así, porque por mucho que fuera Hijo de Dios, el recién nacido tuvo que ser un bebé inerme, con sus arrugados dedos y quebradizas uñitas cerrados en apretados puños, recogido en postura fetal y dormido al calor del seno materno virginal. Habría pesado, quizá, entre 2,5 y 4 kilogramos y medido entre 35 y 45 centímetros de largo. No, un ser tan frágil no pudo bendecirnos. Otra cosa es que los angelotes dieran voces al universo entero con la buenanueva que inició la historia de la Redención, la que aún fecha nuestros días hasta que el laicismo que nos corroe repare en ello y establezca una nueva datación, aprovechando las témporas o los plenilunios. Qué sé yo.


Este año voy a poner en mi belén un nene recién nacido, a un mamoncillo como éstos que tengo ante mí, que sólo lloran por hambre o por incomodidad, porque no conocen el frío. Será en coherencia con las ciencias humanas y en homenaje a los millones de bebés por el hombre exterminados. Y me sentiré bendecido por Él.

jueves, 27 de noviembre de 2014

A la vuelta del camino...



Ocurre que hay algo que caminando por trochas y veredas da esplendor a cuanto existe. Es —lo observó el viejo Chesterton— la ilusión de encontrar algo a la vuelta del camino que aquí discurre entre fresnos y avellanos, hayas y castaños, olmos y abedules. Algo inesperado. Puede ser que topes con la erreka, o se abra el paisaje y te muestre un horizonte de brillantes colores; quizá no, sino un pequeño erizo en busca de su lombriz; o unas setas que ayer no estaban allí; o ardillas que se afanan con los últimos frutos del bosque; o raras torcaces que vislumbraron bellotas entre los robles y se disponen a descansar; o un  espantadizo corzo o al huraño jabalí. Puede ser que sólo te mires la mano y, viendo la perfección de su movimiento, te encuentres a ti y repares en que eres único e irrepetible. Tú mismo. Y todo en paz, aquí.

(Publicado en lovelybaztan.com 26 noviembre de 2014)