martes, 22 de abril de 2014

Corre que se las pela


La moda actual no solo es un revival de la de tiempos cercanos, sino que están incluso de moda prácticas tan añejas como las egipcias. Me refiero a la de depilarse hasta detrás de las orejas, a cuchilla, a la cera y, como hoy disponemos de otros medios, qué sé yo si hasta con isótopos radiactivos… Yo creo que, entre los hombres, la cosa empezó por los ciclistas, que lucían al principio de la temporada unas piernas lechosas y de aspecto sucio desde la costura del culote hasta las canillas. Pelazos, linimentos y el polvo del camino estofaban el pellejo antes de su exposición a las aguas y el dorado por padre sol. No se si será moda también entre quienes practican atletismo. Sería ésta una práctica incongruente. Ya lo dijo el autor: "No tiene pelos en las piernas porque corre que se las pela".

lunes, 7 de abril de 2014

Precio y valor


En nuestra mercantilizada sociedad parece ser que el coste de una cosa es signo de su valor. Tanto cuesta, tanto vale. Medido en términos de “bondad”, cuanto más caro mejor, más “bueno”.  Y aquí viene la anécdota.

Unos guipuchis así los llamamos navarros y vizcaínos no se sabe bien por qué viejos rencores vecinales ante la parrilla de una "sosiedad". Uno aporta chuletas, el otro salmonetes y unas anchoas de verdad, otro unos besugos y, en fin, el cuarto dos grandes puñados de angulas. Intercambio de información e incredulidad acerca de dónde cada cuál consiguió lo que traía y sobre los precios a escotar. Todo caro, "freshco", de muy buen ver. «Las angulas han bajado a 500 euros el kilo», dice el manazas de los puñados… Y otro exclama de seguido: «Pues tienen que estar cojonudas, ¡la os…!».


Pues eso, tanto cuesta tanto vale para la tripa, aunque no siempre sea así.


sábado, 5 de abril de 2014

Diez por uno


Cuanto menos tengo más me confieso partidario de la natural sostenibilidad: no estropear, reponer de inmediato... «Mil árboles que crecen hacen menos ruido que un árbol que se derrumba», dicen los delicados japoneses. Amo el verdor y me duele la tala de mis altísimos abetos blancos, los robles señoriales, las hayas de respeto, los retorcidos olivos de mis bosques y olivares. Me duele como una amputación. Diez por uno era la regla en el pueblo donde tantos años veraneé. Quien necesitaba talar un árbol del bosque se veía obligado a plantar diez de la misma especie, donde el montero le dijera. Me duelen los míos de Orgi, de Irati, de Leitzalarrea, de Arróniz… porque están cerca, porque son míos, porque sólo se posee la tierra donde se permanece.

Pero la Tierra entera también es mía, por eso me duele la sobreexplotación de las selvas africanas, amazónicas... Antes, las empresas y cualquiera debían aportar bien común. Ahora les basta con sacar pasta.

viernes, 4 de abril de 2014

Ahora hago nuevas todas las cosas



No tengo interiorizado —ni por supuesto explicitado— que estoy al final de la vida. Quizá porque —¡infeliz de mí!— todavía no caigo entre la media estadística de las defunciones. Aunque esté mi cuerpo “tocado”, toda mi vida está llena de mundo, de ruido del que no me puedo despojar, cuando antes amaba la alegre soledad. ¿Serán —me pregunto— los estertores de la juventud? No sufro, sin embargo, los síntomas de la llamada “edad del pánico”: tratamientos antiedad, clínicas de reparación estética, viajes de ensueño, ligues desproporcionados… Valen también, aunque en menor medida, un teñido estrepitoso, un bronceado envidiable, un repeinado gomoso, tatuajes… Ni sufro esos síntomas —digo— ni creo hallarme en el “agujero sociológico” progresivamente despojado de principios, creencias y valores, al tiempo que atado a los tópicos del presente. Me gusta en exceso, al tiempo que me repele, ser de este mundo.



Me repele, y estoy enfermo de desencanto; apenas creo  ya en nada grande, estoy de vuelta, he perdido capacidad de emoción. Y, sin embargo no ha muerto mi alma. Tiendo la mano al futuro, la saco de esa olla podrida llena de esas pequeñeces que Platón decía que no merecen en absoluto ser tomadas en serio. Aún estoy en el ejercicio del ideal y, si he perdido protagonismo por la edad, tengo a mi vera sobresalientes que terminarán dignamente la faena.

Con los años sí que he ido ganado sensibilidad, que me permite ver y valorar aquello que presenta una belleza y un encanto o una dimensión sutil. No me muevo entre grandes espacios, sino entre los pequeños, que me llevarán hasta los espacios personales. Valoro más lo concreto que lo abstracto, lo particular que lo general. Así —en lo material— me lo expresa la fotografía. Disfruto más la identidad y los matices de lo enfocado, y le doy el valor que en el conjunto del horizonte, a simple vista, no aprecio. El color es la geografía de nuestra alma, dijo el gran pintor. Encuadro con la mirada un árbol y me extasío viendo de cerca los musgos que recubren su cara norte. Quizá me compre un microscopio, como el que tuve en mi adolescencia, que me acerque más a la naturaleza para descubrir aquéllos y clasificar miles de bellísimos granos de polen. Pero me separará del hombre, porque el hombre concreto tiene una dimensión macro: la de su mundo vital.