sábado, 31 de mayo de 2014

¿Lo harán bien?


He leído al omnisciente Punset que «el negocio de los banqueros depende de que los demás sigamos confiando en que lo harán bien». Me viene a la memoria lo sabio que es el pueblo inglés en materia mercantil, pues es de su conocimiento y experiencia que un banquero es a fellow que te presta un paraguas cuando luce el sol y pide que se lo devuelvas cuando llueve.

En su imaginario está el banquero pintado tradicionalmente como un personaje explotador, vestido de levita, luciendo barriga, chaleco y grueso dije, cubierto con un sombrero de copa y fumando un largo habano. Es el prototipo de capitalista dickensiano. Más moderna es la figura del tipo enjuto, alto y anodino, que te estrecha la mano de un modo particular, «con la ternura de un gerente de banco» que casi todos conocemos. Es la emoción que nos descubre Craig Russell en El sueño oscuro y profundo.

Un banquero —por así llamar también al bancario de altos vuelos— puede estar hoy aquí, mañana allá o acullá, o en todos los sitios a la vez, porque para todo sirve. Conoce las reglas del mercado, lo vive, lo siente y cuando toca se expresa, por ejemplo, como lo hacía el consejero-delegado de una entidad, al que luego la vida le llevaría por otros derroteros inmobiliarios: «Los bancos, como los seres humanos, tienen sus propios perfiles y su peculiar modo de presentarse en sociedad. Algunos poseen una vetusta dignidad, como si una blanca nube se hubiera posado sobre su cuenta de resultados. Otros van por la vida arrasando y luciendo el lado bueno y fotogénico de su rostro. Y hay también bancos jóvenes, véase […], cuya imagen se asocia a la pujante vitalidad del deporte, al verde impulso de la ecología y que apuesta por una sociedad más humana, donde prime el esfuerzo limpio y la sana competencia. […]».

Angelical y convencido en julio de 1997. Había ya empezado la danza de las fusiones y absorciones bancarias, la titulización de créditos (eufemismo hispano para la creación de bonos basura), la burbuja inmobiliaria, el efecto morcilla sobre los activos bancarios de las inversiones desaforadas en aquél ramo, el «vamos a ver si las cosas mejoran para descontarle papel» al humilde ferretero, el desierto crediticio, el rescate con la pasta de todos, el nuevo desierto, que sigue… Así hasta hoy y tiro porque me toca.


Dicen que la culpa la tiene el sistema, pero acabamos de ver que el ciudadano castiga al osado.


jueves, 22 de mayo de 2014

El jardín de las ortigas


No se puede hablar ni escribir sobre la mujer, ni en concreto ni en abstracto. Creo que es irremediable que se siga hablando "de mujeres" con una copa en la mano en la taberna o en el cuartel. No se puede hablar, so pena de ser inmediatamente tildado o agredido con algún epíteto propio del metalenguaje postmoderno que padecemos. El más amplio y habitual es el de machista, pero no se usan los de “contramachista” ni el de “feminista”, porque tienen otras connotaciones para la militancia.

 Como no hay ni equidad en el metalenguaje, hice sin discutir en su día elección mutua y recíproca de pareja —cónyuge en mi caso— y de grupo de amigas, que siempre es ampliable y reducible, con  las que nos entendemos sin mediar palabra. A las demás que les den. Con todo respeto.

miércoles, 21 de mayo de 2014

El Premio Salmerón



Entre muchos otros, el Premio Salmerón era otorgado hace unos años por la Asociación de Periodistas Parlamentarios, al diputado más batallador. Tengo que matizar que el ámbito de actuación de la Asociación es el Parlamento español. No sé si continuará haciéndolo, porque el horizonte periodístico ha cambiado bastante. Este premio tenía dos accésit que merecerían también ser hoy otorgados. El primero lo era para el diputado más absentista y el segundo al diputado mudo. El absentismo ha sido fuertemente penalizado, aunque el bar parlamentario está lleno durante las sesiones de gentes que ya han “fichado”; en ello les va la congrua y las dietas. No así la mudez, porque, aún habiendo fichado a la entrada, nadie está obligado a intervenir en sesión alguna ni para decir anjo; basta con apretar un botón cuando toque. Preciso es decir que entre los premiados en la corta vida de la Asociación se encuentran gentes absolutamente desconocidas y otras que pasarían por relevantes. Hay que echar un vistazo al elenco de galardonados

Variante, no considerada por la Asociación, de la mudez agravada sería la sordomudez, que implicaría que el aquejado de ella, so pena de leer resmas de papeles, no se enteraría de nada, porque así como hay taquígrafos y estenotipistas parlamentarios, no existe traducción simultánea al lenguaje de los sordomudos. Por mi experiencia, me temo que las listas cerradas deben está plagadas de sordomudos sin diagnosticar.


Y no quiero seguir, porque si lo hago algún disminuido me saltará diciendo que ellos son electores y, por lo mismo, tienen derecho también a ser elegidos representantes de la nación. Pero, con todo respeto, yo no hablo de eso.

lunes, 19 de mayo de 2014

Mi casa sin mujer


Al poeta más prolífico que jamás haya existido, el persa Hakim Ferdusí, no le pasó entonces desapercibido y así lo dejó escrito en su monumental Libro de los Reyes: «Si deseas tener un jardín con rosas, alhelíes, jazmines y claveles, planta en tu jardín interior una mujer, porque en ella se compendian las esencias de todas las flores». Es así. La mujer ocupa con esas sus esencias el espacio interior; luego también el exterior, porque la mujer tiene una innata capacidad de transformar cualquier espacio vacío en un sitio apropiado para vivir. Se le reconocen destrezas que dan sentido a los lugares y a los días. Una mujer se hace hueco y planta hogar, donde cuida la vida dispensando amor al marido, al menor, al mayor. Esta es su sabiduría.

A mí me ha dejado mi mujer, por dos meses solo, pero me ha dejado. Se excusa en el parto de su hija para irse ultramar. Hoy estoy compuesto y sin mujer. Tengo de todo, menos mujer. Bueno, me sobra casa y ajuar. Tengo mi orden y, a ratos, una gran soledad. Mi casa ahora es un lugar sin desafío, sin aventura. Sin mujer, mi vida es como una vela sin llama.

«Apagado va el hombre/sin luz de mujer» (Miguel Hernández)


domingo, 18 de mayo de 2014

La ruta de los aromas


Fly es un bichón maltés de cuatro años. Un reloj biológico de cuatro kilos que estos días me tiene hipotecado, porque un perrillo amable y amoroso es mucho para uno solo. Es un cotilla que me sigue por todos los rincones de la casa para enterarse de cuanto hago y pasa y acurrucarse a mis pies, o saltar sobre mis rodillas al menor descuido, haga lo que haga, con el susto correspondiente.

Hoy, domingo, estoy tronado. Me acosté tarde, vigilado por Fly.  A las siete de la mañana, con su dulce patita, me ha comunicado su necesidad: pis y caca. Mientras yo dudaba si abandonar la cama él me urgía y urgía. Al fin venció, me vestí como pude y con la cara sin lavar me tiré a la calle. Una mañana primaveral, cantaban los pajarillos y yo caminaba zombi conducido por el perro. Hay que dejarle hacer porque todo los días sigue el mismo recorrido: olisquea por su orden esquinas, árboles y parterres para dejar su marca en ellos. Algunas farolas están tan meadas que, a pesar del zincado, están corroídas.

Por aquí, allá y acullá. Va a lo suyo y no hay congénere que le distraiga. Cuando tira de la correa en una especie de repentino frenesí, es caca. Duda del sitio, de la postura a adoptar, pero la cosa urge, urge, porque viene, le viene ya… Tan complicado resulta que algunas veces levanta la pata contra el árbol y se caga. Como las gallinas, que sueltan todo a la vez. Y el amo, duro de riñones, ha de tirarse al suelo para recoger el regalo con la bolsita… La cosa está estudiada y prevista por los servicios municipales porque de trecho en trecho hay en las farolas una rojigris papelera —¿cacalera?— donde depositar la tibia materia. Luego el perro enfila hacia casa. Me lleva.


Me he preparado el desayuno y Fly se ha sentado a mis pies, como Lázaro. ¿Cómo desayunar sin ofrecerle algo para acallar mi conciencia? Y el pequeño can me acompaña con dos galletas a cuartos mojadas suficientemente en mi café con leche. Y a la voz de “acó”, se acabó, pide jugar, porque ahora toca jugar. Y sale pitando a buscar el “trapo”, que no es sino un retal de un tejido que asemeja una piel de oso. El juego consiste en


hacer como que me lo da, que se lo cojo y que me lo quita. Yo le hago rabiar enfundándome la mano, que me muerde con cuidado y, así, hasta que se cansa y me harto. Son  las ocho de la mañana de un luminoso domingo. Mañana más. ¡Jopé!

La caza electoral


— 1 —

Están convocadas elecciones al Parlamento Europeo. A la entrada de mi casa, en una mesita, días atrás he dejado una caja de cartón que voy alimentando con toda la propaganda electoral que viene a mi nombre o que se me buzonea. Está terciada y aún faltan varios días de campaña. En algún momento me sentaré para ver qué me ofrecen los unos y los otros, a fin de decidir mi voto en función de los ofrecimientos, votar en blanco o bien ni tomarme la molestia de acudir a las urnas, especialmente si luce un buen día para pasarlo en el monte o la montaña. Se dice que la omisión del voto —no la emisión—  es irresponsable, pero cada vez medito más sobre lo que supone esta actitud postmoderna —¿omisa o activa?—, muy generalizada y creciente por todo Occidente. No hablo de nada raro, porque en el ámbito ético, por tanto en el jurídico, se conoce la acción por omisión. Hay un refrán francés que dice: «les absents ont toujours tort», que vale decir que los ausentes nunca tienen razón. Sin embargo, pienso que la dejación puede ser una acción deliberada del indignado ciudadano, quien no cree ser respetado como tal, sino considerado como un semoviente habitante de la gran granja orwelliana, en la que todos son iguales pero unos más iguales que otros. Son gentes que, en expresión barojiana, «quieren vivir fuera de la retórica y de la cuquería política». Hasta aquí han llegado las cosas.

—2 —

Cuando ni lo sospecho, surgen en los medios audiovisuales cuñas y spots con los que los hombres —y mujeres— de la sigla me intentan vender su moto. Una puesta en escena a la medida: entorno, voz e intérpretes caracterizados y en una estudiada y supuestamente convincente alternancia. El mensaje incitativo no va más allá de unas eufónicas generalidades como si de una muy comedida arenga se tratara antes de entrar en acción: ven conmigo, lo haré bien, daré respuesta a tus inquietudes, esas que te vengo diciendo que lo son, escenificando con datos cargantes y medias verdades su mentira.

Vino luego el esperado gran debate televisivo entre los candidatos de los dos grandes. Un fiasco. Se salió del contexto electoral y tras una hora de tópicos y confusas vacilaciones con la matraca de lo leído, se saldó con una sandez sobre el supuestamente dificultoso debate hombre-mujer, seguido de las correlativas acusaciones de machismo y otras “memes” al uso. Algarabía partidista, estrépito huero frente al silencio elocuente de la vida que en realidad pasa.

— 3 —

He terminado de ver los papeles de la caja. Nada nuevo bajo el sol. Mi primer pensamiento es la enormidad del gasto que cada cual ha realizado para seducir al cuerpo electoral con sus proposiciones. Todas son iguales, quiero decir que responden a un mismo esquema. De fondo, el gran temor a la abstención y sus consecuencias directas: primera, que en perjuicio de los partidos grandes se alcen los pequeños, cuyos electores parecen más comprometidos con el mensaje  y disciplinados ante el llamamiento a las urnas; segunda, que quien gane las elecciones obtenga una muy mermada representación del censo, que moralmente deslegitima.

Quítate tú, que me ponga yo. Sigue la pretensión del olvídate del pasado, que el bueno soy yo y voy a hacer todo lo que no hizo quien me precedió, aunque fuera yo culpable de ello: reconquistaré… devolveré… creceré… súmate a los muchos que luchamos… Al gobernante actual se le demoniza e imputan medidas fracasadas, insolidaridad y fechorías sin cuento. La alternativa a todo ello no es otra que el sereno mensaje del comprométete con sólidos proyectos porque seguimos el buen camino, que ya está dando sus primeros frutos gracias al duro esfuerzo de todos y que, en breve, nos convertirá en el país de la Abundancia y recuperaremos el puesto que nos corresponde en el concierto internacional. Hay quien ve en ello el mismo programa de otra forma dicho. Convergencia o, peor, consenso ideológico metacapitalista en una confusión de números con esencias que conduce escalonadamente a un nuevo orden mundial del que ya se están beneficiando los poderes fácticos.

Léense también en la propaganda, a modo de eslóganes,  genialidades dichas sin pestañear: «los pueblos deciden», «solución al conflicto político», «voto de la lucha y de la rebeldía», «libertad y solidaridad de los pueblos», «el poder de la gente»…

También pueden verse cosas plausibles, que terminan sólo en su enunciado y son fácilmente olvidadas: que la política y la economía sirvan a las personas, a la mayoría, al pueblo.

De rondón y como si no fuera con él, aparece flamante quien exhibe en díptico multicolor su histórico bien hacer y deja libertad de voto a sus afiliados hacia su hermano mayor, con quien en turbia reyerta se peleó y dejó de hablar, rompiendo con ello una trayectoria política de varios lustros, que costó lo indecible dar a luz y criar.

Hay partidos pequeños que, sin apenas medios económicos, ofrecen otra calidad en un mensaje testimonial verdadero y, por ello, con pocas expectativas porque no es lo que se lleva.

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En fin, y yo, impotente, que no carezco de principios y que mendigo valores humanos —irónicamente hoy llamados democráticos— que parecen extinguidos junto con el sentido común, no sé donde guarecerme. Porque aquéllos no se proclaman, como todos hacen, sino que se forjan en el día a día y no todo el mundo vale para ello. Porque una cosa es administrar, bien o mal, y otra gobernar, que es oficio de hacer leyes y dictar los destinos de los pueblos. Aquí radica la gran decepción y la limpia indignación popular ante la mediocridad de audaces y cínicos, que se hacen con el poder que el pueblo les da. Sé que, por esta vez, yo no aplicaré el principio del mal menor.


Dame tu voto, que yo pondré la voz —dice el eslogan electorero—. En efecto, pondré la voz y el culo en el escaño, con nadie compartido.