Me dicen ciudadano y
elector y me tratan como a perro contribuyente, pero no como quien allega
fondos para la cosa pública, sino como quien tiene que pagar a término o por
operación so pena de ir a purgarla al infierno de los miserables. Luego, este
dinero, sumado al del resto de los pagadores, llega a convertirse por arte de
magia en cosa de nadie, de la que un cualquiera dispone a su antojo con tal de
que éste sea el de la mayoría.
Pero lo más cierto es que
el dinero es un instrumento de dominación que se superpone a la soberanía
popular. Lo saben hasta los comunistas, por mucho que abominen de él. Dicho de
otro modo, por mucho que diga la C78 acerca de que la soberanía reside en el
pueblo, si éste no tiene un céntimo porque lo han sangrado, no pinta nada. Y
el sangrado se hace a lo bruto, mediante hachazos que son los impuestos, tasas
y contribuciones, o poquito a poco sirviéndose de la inflación, que es robo,
pero encubierto a lo largo del tiempo.
Que se lo pregunten si no a
los pensionistas.
El “Infierno de los
miserables” es la penitenciaria colombiana de alta y mediana seguridad de
Valledupar, más conocida como “La Tramacúa” o el “Infierno de los miserables”. La
situación allá es crítica y se puede comparar con las cárceles más desgraciadas
del mundo. La forma de tortura es la falta de agua, que se agudiza con una temperatura
que alcanza los 42 grados. (Cfr. SOLANO CERCHIARO, Jacobo, “El infierno de los
miserables” http://sumo.ly/lJ19 via @el_pilon. Captura 1 de abril de 2018)