Si quieres permanecer en un país de ciegos y eres tuerto, no pretendas convertirte en el rey, ni siquiera en uno de sus lacayos. Habrás de dejarte arrancar el ojo que te queda. Tal es la voluntad de liquidación de la disidencia, aunque sólo se tradujera en una inexpresada libertad de pensamiento, a manos de mediocres astutos y envilecidos.