Tata Mari me instruyó sobre cosas que ahora que soy
mayor encuentro palabras para contarlas. Cosas que parecen cuentos pero que a
nada que se esté atento forman parte de lo fabuloso que tiene la vida natural.
Ahora los chicos se distraen con artilugios y no se enteran de lo que pasa en
su derredor. Han renunciado a ser los reyes de la Naturaleza y creen que estos son
los leones. Lo dicen en la televisión. ¡Y un jamón!
Yo vivía en plena naturaleza, pero a ésta no se la
entiende sin una intérprete que llame tu atención sobre los pequeños
aconteceres, que las gentes de la ciudad ni se han puesto a pensar.
Gracias a las bicis, que nos acercaron allá donde la erreka se acerca al río Baztan, descubrimos
unos árboles llamados álamos, de gran copa, plateadas hojas y grandes raigones
que buscaban el agua con avidez. La erreka
venía casi siempre turbia pero eso no importaba para que a la sombra de las
pobladas ramas, recostados entre esos raigones, nos tomáramos un descanso. Tata
Mari me explicó que hay árboles que tienen mucha sed, como los álamos y los
chopos de las orillas de los arroyos, que se tiran de raíz al agua para
satisfacerla. Son árboles más blandos que los robles, las hayas y los castaños,
pero también forman parte del paisaje
Tuvimos un pequeño silencio y me preguntó: «—¿Qué
oyes? Y le respondí: —El trinar de los pájaros, el viento, mugidos de vacas
lejanas, balidos de ovejas… —Sí, sí, eso es lo que oyes —dijo— pero ¿qué escuchas?
Aquí casi me pilló, porque yo ya había aprendido la diferencia entre oír y
escuchar, que es poner atención al oír. —Pon atención en lo que oyes primero
—me dijo. Y oí, escuché y le dije: —Primero el rumor del agua, luego… Aquí me
interrumpió. —¿Te das cuenta que cada agua tiene su cantar, que no hay agua
silenciosa...? ¡Hasta el agua remansada da lugar a otros cantares: el de las
ranas que croan, el vuelo de los pájaros y de las libélulas que beben, el zzzzz
de los bichos que nos pican…!
»—No hay agua silenciosa, sino que cada cual tiene su
cantar. Recuerda como salta en Xorroxin, como anunciando desde hace siglos ¡ahí
voy yo, nacida de la tierra, qué bella me véis… Me bautizaréis, pero cambiaré
de nombre y no sabéis bien cómo acabaré! ¿Cómo se escucha en Erlategui, y en
Giltxaurdi…? ¿Y cuando estamos rezando el avemaría en Lourdexo? ¿Y en la quietud
de la balsa de los frailes…?
»Pero canta también el agua al llover, con su
repiqueteo sobre tejas y pizarras, cuando lame
las hojas de los árboles o cuando la nieve se deposita silenciosa sobre
prados y tejados. Entonces, si escuchas, cuando todo el mundo está en su casa y
atiza el fuego, se oye el silencio. Y puedes soñar.»
Y cuando llueve como hoy en la ciudad, el agua
también despierta mis nostalgias de los verdes paisajes. Arraigos, apegos,
horizontes donde no tengo puesta la mente sino el corazón. Entonces canta mi
alma en mi soledad sin pena, hecha de memoria y paisaje.