Antes de que me empapelen por decirlo, no
puedo menos que afirmar que estoy totalmente de acuerdo con la Academia —con
ésta no están las instancias políticas ni otras— aunque yo no haya participado
en el manejo biomédico de los genes. Para mi generación era una intuición y no
tenía vuelta de hoja.
Leo que una vez más resulta probado que la diferencia
entre varón y mujer (la categoría “hombre” engloba a los dos sexos) no es sólo una
construcción social y/o cultural, sino algo natural, consecuencia del hecho de
tener dos mapas genéticos aproximados pero distintos.
Leo que una vez más resulta
Moran Gershoni y Shmuel Pietrokovski,
del Departamento de Genética Molecular del Instituto Weizman, de Israel, lo han
verificado tras examinar 20.000 genes codificadores de proteínas. El trabajo,
por lo menos el abstract background (https://doi.org/10.1186/s12915-017-0352-z),
es bastante asequible para no especialistas.
Esta constatación biológica resulta poco
menos que herética en una cultura postmoderna que viene sosteniendo lo
contrario, haciéndo de ello una ideología que se impone por la fuerza de lo
políticamente correcto, primero como una secreta alternativa al control de la
natalidad mediante la destrucción de la familia y, segundo, de la ruina de la sociedad
por el mismo medio.
La cuestión que me asalta es ésta: por
imperativo legal, expresarse hoy en estos términos en Canadá supondría —si fuera el
caso— perder la custodia de los hijos. De donde se deduce que —si fuera el
caso— los investigadores no podrían publicar el resultado de su
investigación ni yo dar noticia de ella sin ser todos víctimas del "imperio” de la
ley.
Puro totalitarismo, ¿ven?