En nuestra
mercantilizada sociedad parece ser que el coste de una cosa es signo de su
valor. Tanto cuesta, tanto vale. Medido en términos de “bondad”, cuanto más
caro mejor, más “bueno”. Y aquí viene la anécdota.
Unos guipuchis
—así los llamamos navarros y vizcaínos
no se sabe bien por qué viejos rencores vecinales— ante la parrilla de una
"sosiedad". Uno aporta chuletas, el otro salmonetes y unas anchoas de
verdad, otro unos besugos y, en fin, el cuarto dos grandes puñados de angulas.
Intercambio de información e incredulidad acerca de dónde cada cuál consiguió lo
que traía y sobre los precios a escotar. Todo caro, "freshco", de muy
buen ver. «Las angulas han bajado a 500 euros el
kilo», dice el manazas de los puñados… Y
otro exclama de seguido: «Pues tienen que estar cojonudas, ¡la os…!».
Pues eso,
tanto cuesta tanto vale para la tripa, aunque no siempre sea así.