El año 1998 lo pasé mal y leí mucho. Tras
la lectura de una nota de un profesor de mi Universidad, acoté al margen que
Fulano «tiene una mirada
estereoscópica. Ve más allá de lo que yo veo». Para a continuación desdecirme y
explicar: «No, creo que no es que
tenga más capacidad de ver que yo. Es que repara en lo que ve, se para para
mirarlo, no vive metido en el “bollo”, tiene más paz, menos prisa. A mí me mata
el “mañana”, por eso pierdo el tiempo hoy, y lo que realmente me cansa es dar
vueltas a mi propio yo».
El mañana y el yo como mis máximas
preocupaciones. El mañana en la engañosa forma de qué será de mí/cómo dejaré a
los míos, queriendo decir en realidad qué será de un mundo sin mí; y mi yo, como
gran incógnita. Ya decía don Pío que
«cuando el hombre se mira
mucho a sí mismo, llega a no saber cuál es su cara y cual es su careta». Esto no requiere mayor
demostración. «Es más sencillo ser como uno es», decía una escritora de cierta fama en una entrevista en TVE2,
mientras no dejaba de interpretarse coqueteando con la cámara, que yo lo vi.
Pero, ¿cómo ser sin estar atrapado por el espíritu del mundo? ¿Cómo ser sin
dejar de ser normal, como la otra gente? ¿Cómo sin tener la tentación de pensar
que la ética que te gobierna es el límite del perdedor?
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Y así fue, en la primavera siguiente.