¿Cómo hacer sin contradecirlo todo lo
que proclama para agradar los oídos de esa hastiada mayoría silenciosa,
maltratada por la situación económica y social, que le acaba de dar el sillón
presidencial de los Estados Unidos de América (USA)?
En los tiempos que corren de la tercera
revolución industrial se dan dos visiones del mundo y su futuro tecnológico. La
rotundamente optimista, para la que «la
tecnología digital puede ser una fuerza de la naturaleza que llevará a las
personas a una mayor armonía mundial»[1], y las tecnopesimistas, que son básicamente
dos, a las que me quiero referir porque vienen al caso.
Como si se tratase de una orienteering competition, todas parten
de una misma salida pero llegan a distinta meta. Aunque con distinto dorsal, ambas
van uniformadas con las nuevas tecnologías al uso y parten de una misma idea,
según la cual la mayor productividad de la economía es la que ha hecho a una
generación más rica que la anterior.
Con la mirada puesta en los USA, Robert Gordon,
profesor de Ciencias Sociales de la Northwestern University (USA), acaba
sosteniendo: primero, que la revolución digital está sobrevalorada; segundo,
que la verdadera revolución tecnológica tuvo lugar entre finales del siglo XIX
y principios del XX, con la electricidad, el teléfono y el automóvil; tercero,
que el crecimiento económico no volverá a los niveles estelares que hicieron
posible aquéllas innovaciones.[2]
Erik
Brynjolfsson y Andrew McAfee, ambos profesores del MIT
(USA)[3], no comparten esta visión.
Sostienen que a pesar de que los ingresos medios del ciudadano americano se
hayan estancado, a pesar de que el desempleo haya crecido rápidamente y a pesar
también de las crecientes desigualdades económicas, no puede decirse que haya
un estancamiento tecnológico. Lo cierto es que se está acelerando la revolución
digital con avances que nos pueden parecer como de ciencia ficción. Las
tecnologías digitales están sustituyendo rápidamente a destrezas hasta ahora
humanas. Este es un fenómeno generalizado y profundo que tiene hondas
implicaciones económicas, unas positivas y otras claramente negativas, además
de exigir nuevos requerimientos. Entre las positivas han de citarse los
incrementos de la productividad, la reducción de los precios y la mejora
general de la economía. Las negativas inciden sobre la distribución de la renta
y el incremento del desempleo. De donde resultaría que el progreso técnico y el
pleno empleo serían mutuamente excluyentes.
Pero es que, además, no estamos
hablando solo de la revolución tecnológica que es la que ha dejado en la calle
a buena parte de los electores de Trump. No cabe aislar ésta del proceso autodestructivo en el
que el mundo occidental está inmerso. Centrando en los USA la cuestión que
nos ocupa, tenemos que considerarla conjuntamente con las consecuencias que está
teniendo la política de una progresiva destrucción de recursos no renovables y
del medio natural hasta ahora seguida por los USA y que promete continuar,
haciendo caso omiso a los compromisos sentados en las sucesivas Cumbres de la
Tierra.
Progreso técnico excluyente del pleno
empleo, consumo y desarrollo ilimitado reñidos con la conservación de la naturaleza,
salvo que sean frenados. Más aún, si bien la ciencia y la tecnología pueden
asegurar al género humano los medios materiales necesarios para hacer ciertas
cosas, no pueden proporcionarle estabilidad y progreso. Ni dotarle de fines. «La civilización moderna ha dejado a un
lado la cultura», como decía Jaki: «desde la teoría de la relatividad se ha predicado el
evangelio según el cual todo es relativo. Y esto se ha convertido en la única
verdad absoluta.»[4]
De ahí que la nueva situación que se ha creado requiera no palabras ni eslóganes electorales, sino nuevos modelos empresariales,
nuevas estructuras organizativas y también nuevas instituciones que sean
capaces que afrontar los nuevos tiempos. ¿Cómo?
Vienen a cuento —creo
yo—
unas palabras de Alexis Carrel,
Nobel de Medicina (1912): «Nosotros queremos hacer por el hombre lo que Henry Ford ha
hecho por el automóvil. Hay que arrebatar la primacía a lo económico y dársela
al ser humano. El liberalismo ha conducido a los democracias a la bancarrota.
El marxismo se ha hundido en la más abyecta de las barbaries. Los hombres necesitan
hoy una doctrina nueva, a fin de reconstruir la civilización. El trabajo más
urgente es aprender a conducirnos observando la leyes de la vida.»[5]
P.D.- Alguien definió a los USA como un país que pasó de la barbarie a la civilización sin pasar por la cultura.
P.D.- Alguien definió a los USA como un país que pasó de la barbarie a la civilización sin pasar por la cultura.
[1] NEGROPONTE, Nicholas, Being
Digital. Knopf, 1995.
[2] The Rise and Fall of
American Growth. Princeton University Press, 2016.
[3] Race Against the Machine.
How the Digital Revolution is Accelerating Innovation, Driving Productivity,
and Irreversibly Transforming Employment and the Economy. Digital Frontier
Press, 2011.
[4] JAKI, Stanley L., O.S.B., profesor de Historia y Filosofía en la
Seton Hall University, South Orange (EE.UU). Cit. Zenit-Avvenire, 27 de
noviembre de 2001.
[5] CARREL, Alexis, “Fragmentos del diario (25 de octubre de 1941),
en Viaje a Lourdes. Madrid, 1979, p.
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