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Decir, como lo hizo el librero sevillano,
que «a España no la va a
conocer ni la madre que la parió» es la
expresión populachera de algo que ya aventuró Benito Pérez Galdós en su Doña Perfecta (Madrid, 1876) y que el
mentado intelectual mal leyó: «Creo que
dentro de algún tiempo ha de estar nuestra pobre España tan desfigurada, que no
se conocerá ella misma, ni aún mirándose en el clarísimo espejo de su limpia
historia». El caso es que, al decirlo, el librero no adoptaba la postura del avispado
Pepito Rey, sino la de la hipócrita, intransigente y fanática doña Perfecta, madre de su novia. Y
así ocurrió, porque puesto a ser fanático cerebro del gobierno socialista de
Felipe González e hipócrita mentor en la sombra del de Zapatero, no infundió
ninguna tesis de “retroprogreso” en la nación, sino que se dedicó con regodeo a
desmontar lo que a lo largo de décadas se había alcanzado en términos, ante
todo, educativos. Y, conseguida la ignorancia, ¡ancha es Castilla!, que se
decía en tiempos que el Guerra no conoció ni en letras de molde.
A ello siguió el cuarteamiento de España
y la politización de la vida corriente y moliente y henos aquí. Y ahora un
gobierno con un Parlamento de baldragas y traidores a la Patria —¡siempre presuntos,
joder!— quiere echarle güevos y reordenar lo por ellos malordenado
con tal de que de él se pueda decir que es capaz de gobernar en cualquier clase
de tiempo y condición, como si se tratara del más sofisticado all road merkeliano.