Hace bastantes
meses, auspiciada por una revista nacional, tuvo lugar una mesa redonda de
expertos (un maestro de primaria, una miembro de una APYMA, un alto funcionario
autonómico y una psicoanalista) que se preguntaban ¿Cómo acabamos con el acoso escolar? Todos coincidieron en el
diagnóstico del preocupante fenómeno, del que son víctimas tanto el acosado como
el acosador, y aportaron ideas y posibles soluciones al problema desde su
conocimiento y experiencia.
Terminada
la lectura del reportaje me quedé hueco: manejaban bien los conceptos y a
medias las ideas —alguna peregrina, por cierto—, porque no se explayaron en
ellas. Porque no expusieron cuáles son las bases que sostienen esas ideas que habrían de
ponerse en práctica para alcanzar los fines por ellos propuestos. Algo así como
una respuesta al “¿por qué?” del “¿por qué-por qué?” tan infantil y primario. Me
explico a título de ejemplo.
Uno de
los circunspectos intervinientes propuso que, aun dejando a veces de lado la
impartición del programa oficial, a los escolares «hay que formarles un pensamiento crítico para que distingan la
justicia de la injusticia y esto habría que hacerlo por norma y desde Primaria.
Para que sean capaces de decir: “Lo que estás haciendo no está bien y no te
apoyo”».
Claro está,
pero para distinguir lo justo de lo injusto hay que tener una previa idea de qué es el bien y el mal, de la naturaleza y dignidad del
hombre. Una idea que es moral y básica para comprender luego la distinción entre lo justo e injusto. Conocida ésta, es preciso contrastarla después con los conceptos
de legal e ilegal, porque es el caso de que lo injusto puede ser legal e ilegal
lo justo. De otro modo no se les podría explicar qué es, por ejemplo, algo tan
básico como la objeción de conciencia
(el caso más clamoroso fue hace decenios el “No a la Guerra” y al Servicio
Militar obligatorio; hoy es el criminal aborto) o la atenuante penal del estado de necesidad, que puede no ser
injusto. Todo esto no lo manifestó el "mesarredondista", dándolo quizá por sobreentendido, pero en cuestiones de educación no caben los sobreentendidos. Bien lo saben los docentes.
Señalaba
también el mismo participante la necesidad de hablar a los chavales «de lo importante
que es forjarse una personalidad sólida y no dejarse llevar por cosas que no
desean». Está muy bien, pero de la
preocupante ausencia de formación en moral elemental y el
abandono del estudio de las Humanidades se siguen errores supinos en la
concepción del hombre, de la sociedad, de la Humanidad y de su entorno. El
mayor de ellos es a todas luces el concepto de libertad. De este modo no se consigue dotar a las
personas de esa «personalidad
sólida» y, como individuos integrantes
de una masa, carecerán de recursos para «no dejarse llevar por cosas que no desean».
Yo ya
soy mayor, pero mis nietos están en preescolar. Aunque somos gentes de las que
antes se llamaba “de orden”, todos somos ya “antisistema”.