Me
proponían acudir a ver Rogue One: Una
historia de Star Wars, el primer spin
off dirigido por Gareth Edwards, que está siendo un éxito de taquilla allá
donde fueres. Ya les he dicho que lo siento, que no les acompañaré, que no me
gusta ese género de cine tan recurrente en nuestros días.
Nadie
más lejos que yo del transhumanismo en él subyacente, porque se me antoja un
movimiento cultural no ya exótico, sino desesperado. Se ha convertido en una ideología
alimentada por la pretensión, en nombre del progreso, de la mejora de la
condición humana mediante el desarrollo de tecnologías que optimicen las
capacidades tanto físicas como psicológicas del hombre.
Los
éxitos de la robótica y la biónica no significan que, de igual modo, pueda alcanzarse
el mejoramiento del hombre y de la sociedad. Ni la nuestra ni la de nuestros
hijos. Una cosa son las avanzadas tecnologías de que disponemos, que nos
brindan óptimas soluciones, siempre mejorables, y otra muy distinta que, incluso
agrupadas holísticamente, puedan dar solución a las cuestiones que se plantean
en esta postmodernidad que vivimos, cuando algunos ya hablan abiertamente de
un posthumanismo.
Prefiero
aquellos filmes cuyo guión cuenta historias verosímiles de la sociedad de los
humanos, de carne y hueso. Hay mucho para contar de Pepita y de José.