A
quienes no se portan bien los Reyes Magos ya no les van a traer carbón. Sus
súbditos ya no trabajan arrancando y ensacando los negros pedruscos de las
Minas del Castigo Real. ¿Para qué ponerles carbón si ya viven entre carbón?,
plantearon los ancianos de los Reales Consejos. No tiene sentido. Y no será
porque no hayan sido advertidos. Hace más de un siglo la Naturaleza les avisó que
no podía continuar su mal comportamiento con el medio ambiente. Cierto es que
algunos cayeron en cuenta de que algo estaban haciendo mal y rectificaron, pero
los mayores han seguido en su actitud, dando además mal ejemplo a sus hermanos
pequeños: su maliciosa codicia es más fuerte que el bien y continúan vertiendo el
venenoso dióxido de carbono en la atmósfera.
Creyeron
Sus Majestades que, después de invitar por dos veces a todos los países del
mundo a bailar sambas en Río de Janeiro y enseñarles vanamente hacer ikebana en Kyoto, acercándolos a Oriente
sería otra cosa. Así pues, inspiraron al humano Consejo de las Naciones Unidas
que convocara su próxima Cumbre del Clima en Marrakesh, una multicolor ciudad
que aviva todos los humanos sentidos desde su fundación en el siglo XI. Dispusieron
que, desde un principio, los representantes de todas las naciones del mundo
fueran recibidos a la manera tradicional, ofreciéndoseles leche de almendra con
agua de azahar y dátiles; durante días se les agasajó con toda suerte de lujos
y facilidades. Hasta les contaron mitos y leyendas al caer la tarde, como en
las Mil y una noches, con el único
fin de que sus entendimientos comprendieran la gravedad del problema que se ha
creado la Humanidad y movieran sus voluntades a un definitivo arrepentimiento.
Pero fue en vano, porque no lo consiguieron. Los que resultaron más díscolos e insolidarios
fueron los Estados Unidos de América. Los chinos, que un día no tendrán más
oxígeno para respirar en Beijin, parece que se corregirán poco a poco. Pero de
no tomarse medidas más efectivas, continuará el calentamiento global, se desharán
los polos, aumentará el nivel del mar, cambiará el régimen de lluvias, se
desertificarán grandes territorios, habrá especies animales que desaparecerán y
hasta es probable que los hombres tengan problemas de alimentación. Y todo esto
por la codicia de unos países que, para hacerse más ricos o menos pobres, les
es más barato fabricar bienes contaminando la atmósfera con gases de efecto
invernadero.
Los
Reales Consejos han intuido que detrás de todo esto está la rapacidad humana,
la idolatría del dinero, el deseo de acumular riquezas por ambición, vanidad,
orgullo, dominio sobre los demás… Fascinados por la incongruente muestra de
unos paraísos terrenales, los hombres esquilman el medio ambiente, pisotean al
prójimo y llegan incluso a la guerra contra sus hermanos, sin ni siquiera
pensar que no pueden tener todo, porque no tendrían donde meterlo, ni en ésta
ni en la otra vida. Por su soberbia se han alejado del Niño-Dios que adoraron
los Magos en Belén.
Por eso
SS. MM. los Reyes, después de meditarlo mucho y entristecidos, han decidido que ya no
traerán más carbón, porque la codicia de los hombres todos ya ha repartido
suficiente ración entre ellos.