Quienes
hacen gala de des-conocimiento del mundo de las mujeres y de la enorme presión que
debe soportar en el ámbito de la política, donde predominan los varones, no
dudan en descalificar a la Canciller alemana como mujer sin carisma que no sabe
tomar decisiones, cuando en el ejercicio del poder no va más allá del mandato
recibido del Bundestag, que a su vez es fruto
de los pactos en la gran coalición (Groko)
mayoritaria. Otro tanto cabe decir de las que, aun siendo mujeres, vuelan muy
por debajo y nadie por ello pierde el tiempo en despejar sus insidias: discreta
«torpe
y pequeñoburguesa», «maestra de la insinuación y del minimalismo» (¿!). Lo cierto es
que, después de un mandato de diez años, «el
país y la Canciller forman una especie de pareja y nadie puede adivinar como
será el futuro después de ella» (H. Münkler). Nunca
Alemania ha tenido mejor imagen en el mundo.
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Una “Ossie” mal arreglada, protegida por Helmut Kohl (“Kohls Mädchen”), en 2005 llevó al triunfo a la CDU y ha venido repitiendo mandato
hasta 2013. Discreta, prudente, comedida, pragmática: primero escucha
opiniones, ventea y actúa: «Deberíamos
centrarnos en asuntos importantes», dice. Su popularidad y
autoridad radican en su sencillez, de la que ha hecho una marca de fábrica. En
su tiempo libre, que debe ser poco, habla de jardinería y de pucheros. En
vacaciones va a su casa de Uckermark, junto al Báltico.
La
crisis griega le ha pasado factura, porque a los alemanes -buena razón tienen- no les hace ninguna gracia
que los griegos se den buena vida a su costa. Los refugiados de Oriente Medio
también, empezando por las críticas de los propios sindicatos
democratacristianos por haber aceptado tan alto número de inmigrantes; otros,
hipócritas, porque una niña siria se echó a llorar al saber de su boca que
Alemania no podía admitir más refugiados. Le han echado en cara que «tiene corazón,
pero no un plan» (G. Schröder). Luego ha venido lo del Brexit y los atentados.
Angela
Merkel es, ante todo, mujer. Acostumbrado a los modos y maneras de la Thatcher,
ver un día aparecer en la Ópera de Berlin a Mutti,
con tan generoso escote enmarcando une si
belle poitrine, me rompió los esquemas. Como a todos. Creo que si las
mujeres tuvieran más influencia, el mundo iría mejor. Tengo seguridad de ello
porque el gobierno de lo próximo les es connatural y lo global ya es lo
cercano.
«Madre de la nación», espejo de un país sólido y
centrado, ¿para qué cambiar si a Alemania le va bien?