Mira, lo necesito
Me falta la madre desde hace un año. Murió de vieja, mas no pelleja, que estaba de muy buen ver y mejor cabeza. Una real anciana centenaria, casi. Velé su tranquilo sueño de la última noche, mientras se me agolpaban recuerdos de nuestra primera vida juntos. Tuve también largos y amorosos silencios con mi alma, pasmada la cara en una sonrisa, mientras me complacía con herméticos sentimientos de mi primera niñez.
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Leiza, 1946 |
Acariciando mi mejilla tenía por costumbre decirme con suave voz: "¡Tu siempre fuiste el primero!". No el más amado, quizá el más esperado, quien cambió el rumbo de su vida, porque la hice madre. Troqué su ilusión en dolor y aún le hizo más mi nacimiento, cuando me acunaba roída por la infección. Mamé poco, lo que había, pero no tuve ama y probé a duras penas papilla. Pertenezco por derecho propio a una doble generación, la española del “Pelargón” de postguerra y la del baby-boom que siguió a la capitulación del Eje, como si todos los veteranos se hubiesen puesto a copular como locos y a la vez. Mamá, que era muy pacata para esto, se moría de risa cuando ya de mayor, desvergonzadamente, se lo evocaba. Crecí sano y fuerte.
Luego vinieron los otros, mis hermanos, con la cadencia del ciclo anual. Nueve meses más cuarenta días, que entonces se cumplían. Hasta siete veces y un “tropiezo”, que se llamó… "¡Angelicos al cielo!" decían mis abuelas y marchaban a Misa de Gloria.
Mamá, niña grande que parpadeas en el firmamento entre tus estrellas preferidas, cuando miro al cielo acaricia mi mejilla y repíteme de vez en cuando con voz queda: "¡Tu fuiste el primero!”.
Mira, mamá, lo necesito.