Δραμα
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Se había hecho de noche y
aprovechando que estábamos para otra cosa en Drama, allende Tesalónica, casi en los
confines de Grecia con Bulgaria, nos llevaron en tropel a inaugurar la
exposición de la obra pictórica de un español, auspiciada por un programa
comunitario europeo. Hasta allí habían itinerado juntos el autor, la marchante
y esposa de éste y la hija de ambos.
Tras un tortuoso trayecto
en bus y subir cuatro o cinco tramos
de empinada escalera, nos metieron a cuarenta en un desván de unos escasos cien
metros cuadrados. En sus paredes colgaban telas y cartones de colores vivísimos
o muertísimos, sin término medio, y factura desigual. La marchante pronunció un
speech en inglés presentando la
genialidad de la obra; luego el artista uno interminable sobre sus derroteros, inspiraciones
y técnicas.
Mientras, los invitados,
que vestíamos riguroso traje oscuro y corbata, sudábamos la gota gorda y nos
mirábamos incrédulos, pero impertérritos. Pero solo al principio. Roger, que
está mayor, muy grueso y sufre de disnea, me pregunto con sibilante voz baja si
conocía la obra del artista. Le dije la verdad, acompañada de un mohín: que en
mi vida había oído hablar de él. Ello, unido a su percepción del arte contenido
en las piezas, le llevó a concluir sarcástico, arqueando las cejas y con media voz:
“Mais alors… C’est un illustre inconnu! Un
malheureux, quoi…!” [*]. Y me entró una risa floja imposible de contener,
que se fue propagando entre quienes compartíamos pecho con espalda.
El colmo llegó al rato,
cuando los anfitriones nos ofrecieron a duras penas una copa de vino griego,
acompañada de pistachos, de modo que si tenías la copa no pelabas la almendra y
si pelabas ésta no tenías dónde dejar aquélla, por lo que al final todos
optamos por aguantar la copa con una mano y, con la otra, acercar el pistacho
al colmillo para ver de quitarle media cáscara, escupirla al suelo, extraer la
semilla y comerla. Parecíamos afanosas ardillas que, además, escudriñaban entre
incomprensibles trazos. Como pardillos. Con cuatro pistachos no hubo forma de
hacer cama al resinoso vino y se nos adueñaron las nieblas. El suelo quedó como
el de un gallinero. Luego no sé dónde cenamos no sé qué raro y nos fuimos a dormir.
En autobús. Yo tuve barco y ardor de estómago.