Me ha llamado siempre la atención que el pueblo
norteamericano, porque es pueblo a pesar que cada cual haya mamado la leche de
su madre, enarbole en cada casa la bandera de las barras y las estrellas, la
que se dieron en 1777. Da lo mismo que el apellido del casero sea holandés,
irlandés, alemán, italiano, español o de conveniencia. Siempre presentes las
barras y las estrellas. Luce hasta en la solapa de los cargos públicos. ¿Qué
significa esto? La expresión de que son un pueblo, que son nación, es decir una
voluntad, una comunidad de destino que se significa exteriormente con éste
símbolo y con su himno, de origen tabernario, por cierto, de “La bandera cubierta de estrellas”.
La bandera representa también los valores que impregnan al
Estado del país que representan. Es el caso de la tricolor francesa, que
personaliza las esencias republicanas de la revolucionaria Francia.
Como símbolo que es, a la bandera se le rinden honores,
especialmente por las fuerzas armadas que con ella se identifican, y es objeto de
normas de protocolo, como si de una persona se tratase. Transmite también los
sentimientos del pueblo al que representa en determinadas circunstancias, izándola
a media asta, con crespón negro, al revés, etc. Es sabido que la ofensa a la
bandera, de palabra u obra, es castigada en los códigos penales de la mayoría
de los países
Oriana Fallacci ha hablado en varias ocasiones de la nueva
izquierda italiana y de sus banderas, que han pasado de ser roja a ser arco
iris. Este es —decía— el nuevo estándar de los izquierdistas. ¿Y
si echas mano de la tricolor italiana, una bandera tan reciente como lo es la
unidad italiana? Pues «es una herejía
tener nuestra tricolor. Eres tachada de reaccionaria, de fascista, de
belicista, si colocas en tu ventana nuestra tricolor. ¿Sabe −dice−
que nadie la vende? ¿sabe que muchos tienen miedo, digo bien miedo, de
venderla? ¿Sabe que para cómprala hay que ir a las tiendas que venden artículos
militares? ¡Artículos militares! Y aún hay más».[*]
Otro tanto ocurre aquí, en España, la nación más vieja del
mundo, donde nadie enarbola los colores de su bandera y si alguno lo hace es
tachado inmediatamente de fascista. No es hoy un símbolo de unión y voluntad como
antaño lo fuera. Nadie conoce el origen de la moderna bandera (1785) ni el significado
de sus colores. Nadie sabe cuando se le incorporó un escudo, tampoco los
elementos de que éste se compone y el significado de los mismos. Y se oyen
majaderías descomunales en boca de los proclamados representantes del pueblo. A
mí me gustaría enarbolarla en mi puerta, por la misma razón que lo hace el
norteamericano, quien al así hacerlo, no menoscaba la de su Estado federado,
porque su cabeza sabe diferenciar qué es la parte y qué el todo.
Vergüenza me da, aquí y acullá, ver las banderas desganadas que
cuelgan de los mástiles de los edificios públicos. Son unos trapos pequeños,
sucios y desgarrados a los que nadie da importancia, a los que nadie honra. Me
avergüenzo por los míos y por los que nos visitan, pero sobre todo por los
míos.
[*] FALLACCI, Oriana, Oriana Fallacci intervista a sé stessa.
La esfera de los libros, Madrid, 2005;
p. 90.