Una vez, cuando estuve en Breslavia (Wroclaw
o Breslau), la Venecia polaca, los del lugar intentaban batir el record Guiness
reuniendo el domingo a 4000 personas para que interpretaran alguna obra musical
de Jimmi Hendrix en la gigantesca plaza mayor, que preside desde el centro el
Ayuntamiento.
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El sábado estaban armando en una esquina, con
gran prisa y estrépito, una carpa-escenario donde imagino que se ubicarían sólo
los convocantes y la megafonía. Por más que le diera vueltas en mi cabeza, era
un misterio para mí la afición que pudiera haber en Polonia por Hendrix, icono
de la generación hippy —recuerda a los libertarios del rock psicodélico, del LSD, de la revolución sexual y del pacifismo— , en un país que no era libre justamente
en los setenta del pasado siglo.
Tiempo después me enteré por casualidad que
en un parque de la no muy lejana ciudad minera de Kielce, hay un notable busto
de bronce suyo, en cuyo pedestal se lee un lacónico Muzyk, es decir músico, instrumentista, cantante.
En fin, no conozco una explicación de todo
ello. Cierto es que la revista Rolling
Stone lo eligió en 2003 −cuando llevaba ya más de 30 años fallecido− como
el mejor guitarrista de todos los tiempos. Para mí, excepto Hey
Joe y alguna otra pieza, era bastante murgas y excéntrico. Llegó a tocar a
la guitarra, con los dientes, el himno nacional norteamericano.
El mismo día de la convocatoria de los cuatro
mil salimos de viaje. No llegué a saber cuántos guitarristas acudieron, pero no
debieron batir el record. Lo cierto es que el Guiness registra que el mayor
conjunto musical hasta ahora reunido fue el 3 de junio de 2007, en Kansas City,
donde 1721 personas tocaron Smoke on the
water, del grupo Deep Purple.