Estoy harto, más que harto, de ver cómo
todo el mundo, todo, coge el rábano por las hojas y hace pública demostración
de que tiene receta para cocinarlo, cuando en realidad éste le importa eso, un
rábano, y sólo quiere la foto y mostrar como gran hazaña el agujero que a su paso
ha dejado en la tierra.
Se me dirá exasperado, pero estoy harto
del individualismo, del relativismo, del igualitarismo, del gregarismo, del
utilitarismo, del “género” como opción, de la semántica al uso, del a o e, de
las imposiciones injustas de paz entre los ruines, de la incultura, de la
violencia, de las advertencias acerca de las “imágenes que pueden herir la
sensibilidad del espectador”, del lenguaje misógino y del puritanismo… ¡No me
cabe más!
El otro día recibí un corto vídeo que
mostraba cómo un indio, pakistaní o lo que fuera, tenía colgada a una mujer por
las muñecas de una viga mientras la vareaba a modo. Hasta los niños
presenciaban la “corrección”, porque de eso, imagino, se trataría. Sin mayor aspaviento.
Pocas horas después, en un programa de tv de casposa audiencia, mostraban cómo
existe un make up específico para
ocultar los moretones en la cara de aquéllas hembras que no se portan
adecuadamente en casa —¿en el serrallo?— o en la vía pública. La verdad que los moretones que pude ver
eran como los de un sparring sin
careta.
Estoy harto, digo una vez más. ¡Hasta del
dinero! Del nada le doy “porque no puedo” hasta el tome crédito que hoy le doy
barato, que ya me lo devolverá cómodamente. Un 19 por ciento de desempleo. La
clase media está muy tocada y 7 millones de personas con pobreza severa,
cobrando menos de 300 euros al mes, nos dice Cáritas.
En todo esto que produce mi hartura hay
un gravísimo defecto de educación. El problema real y central de fondo radica
en que ésta no considera al hombre como persona humana, como un ser —en forma
sexuada de varón y mujer— con una dignidad intrínseca, que no puede serle atribuida por declaración
alguna de derechos humanos ni por ninguna ley, del rango que sea. Sólo a partir
de esta consideración podrá respetársele no como individuo, sino como persona
desde el seno materno hasta su muerte natural. Lo contrario será un crimen de
lesa humanidad. Lo mismo da que sea de uno que de ciento. La diferencia solo está
en el número.
¿Es que la dignidad nos ha sido atribuida
por unos fulanos sesudos que un día de 1948 se reunieron en las Naciones Unidas
y parieron la Declaración Universal de Derechos Humanos? ¿Y hasta entonces qué
pasaba, no existían, de dónde se los sacaron? ¿Qué argumentos esgrimieron los
descamisados de 1792? ¿Y los bolcheviques en 1917? ¿De dónde nuestras
libertades?
Dignidad de la persona humana, varón y
mujer, en esencia iguales, pero complementarios por ser diversos. Esto se
aprende en casa, de nuestros padres y abuelos, y se remacha en la escuela. A
condición de creer en la existencia de Dios y obrar en consecuencia.