Joan Gª Junceda (1922) |
Cuando
yo era un interino en el umbral de la jubilación, como dijo Ignacio Camacho de Rubalcaba, en 2011 dejé escrito en mi cuaderno de campo que «los antiguos servidores del Sistema
se han apuntado a buscar soluciones al fracaso que protagonizaron. Bueno a
buscar, a que las busquen los expertos en brainstorming con “señoras Marías”»,
sin tener en cuenta que la ventaja social no coincide con las ventajas
económicas que se alcanzaren y que hoy las personas están siendo superadas por
la incertidumbre.
Mucho
antes de que se desatara la actual ola de populismo, la luego tan odiada Thatcher advertía que los políticos al uso hablaban apelando a la parte emocional de los votantes, porque no quieren
aparecer demasiado duros ni crueles. «Pero
eso no tiene nada que ver con sus verdaderos sentimientos, sino con la
semántica de sus discursos». Esto lo decía alguien que tiene conocimiento
del valor de las palabras y del lenguaje del cuerpo, la —para mí— insuperable actriz Meryl Streep, precisamente en una
entrevista que le hicieron hace un lustro en nuestro país.
Lo
acabamos de ver, a lo duro, con Donald
Trump. No utilizan las palabras como instrumento de comunicación, sino como
arma que haga a sus contrincantes perder las elecciones. Luego, ellos verán,
porque las cosas no son en realidad como se pintan. Tenemos la experiencia
previa de la Cuba del difunto Fidel,
la de Chávez y Maduro en Venezuela y la
peligrosísima de nuestro chisgarabís nacional que, si le ponemos un pañolón y tricornio
en la cabeza, con un pistolón al cinto, puede parecer un secuaz de John Silver el
Largo.