Ayer, 18 de noviembre, tuve el honor de rendir homenaje con
un sencillo responso al “León del Rif", al laureado general José Sanjurjo Sacanell, quien habría
encabezado el Alzamiento Nacional de 1936 de haber ido las cosas de otro modo.
En la noche, sus restos habían sido
distraídos de las rencorosas manos que los exhumaron, que aún hubieran querido
aventarlos durante la fascista manifestación de los filisteos “antifascistas”
que hoy se vanagloriarán de su hazaña, en orfeón convocado por sus coriferos ante el que había
sido su antes pacífico panteón.
Junto al pequeño féretro, cubierto con la
bandera de España con reverso de María Inmaculada, se alineaba otro conteniendo
los restos de los dos hermanos Aznar Zozaya, bajo la bandera requeté, que ha
sido históricamente también la de España y enarbolaron por todo el mundo
nuestros Viejos tercios. Mi padre les puso por epitafio, hace más de 60 años: “Hermanos en la vida y en la muerte”.
Desechados “por golpistas y fascistas”, los tres recibieron cobijo en una casa
particular, en cuyo salón estaba improvisada una digna capilla ardiente, bajo
un Cristo de los Tercios requetés. Entre dos cirios, que con las prisas no
llegó para hachones.
Le rodeábamos sus descendientes, la
familia de acogida y cuatro caballeros de la Orden de Caballería del Santo Sepulcro de
Jerusalén, es decir el pater, un
coronel de Infantería de la casa del Marqués de la Ensenada, su abogado y yo
mismo. Con nosotros también un ex Senador del Reino.
Finalizado el responso no pude menos que,
siendo antevíspera de la festividad de Cristo Rey, dirigir mi mirada al Cristo
alzado para señalar que en su reverso se lee In hoc signo vinces, y que —como reza el
Devocionario del Requeté— ante Dios no han sido héroes anónimos.
Luego, a mi voz, todos vitoreamos:
¡Viva España!
¡Viva Navarra!
¡Viva Cristo Rey!
Salve
Regina, Mater misericordiae...