viernes, 22 de julio de 2011

El goce malévolo

Recuerdo a un concejal, que acabó maltrecho, tirado en la cuneta como bidón vacío de ciclista, que en el apogeo (¿paroxismo?) de su mandato confiaba a sus amigos de más confianza que había conseguido pensar una cosa, decir otra y aparentar una tercera, amén de cambiar de opinión cuantas veces fuera. Ahora lo suelo ver, añoso, arrastrando los pies por la ciudad, dedicado no ya a la bolsa, sino a la banca del parque que le acoge cuando luce algún rayo de sol. Hizo su parte de la Historia, pero nadie le homenajea por ello. Afirma que, si acaso, el municipio pagará una esquela con el consabido D.E.P. cuando fallezca.

Pienso que antes de envejecer será bueno instalarse en la azotea de la sociedad y desde ese mirador otear las componendas que se ofrezcan. Lo advertía Sándor Márai en boca del nonagenario protagonista de su afamada novela: «La vida se vuelve casi interesante cuando ya has aprendido las mentiras de los demás, y empiezas a disfrutar observándolos, viendo que siempre dicen otra cosa de lo que piensan, de lo que quieren de verdad…».