[Traigo esta entrada en Facebook, del 8 de marzo de 2010, para dar unidad de pensamiento a estos Papeles de Aranbide, aunque sea de modo desordenado en el tiempo]
Noche cerrada de marzo frío y ventoso. En un aula infantil estamos dieciséis parejas, incluidos los ponentes, dos “repetidores” y veintiocho pretendientes, desde ingenieras industriales a peones de cantera; la mayoría autóctonos, también un francés y una mexicana. Son hermanos en la fe y están dispuestos a contraer conforme a los cánones. Es un buen número para un cursillo de preparación al matrimonio en el Mendialde navarro.
Noche cerrada de marzo frío y ventoso. En un aula infantil estamos dieciséis parejas, incluidos los ponentes, dos “repetidores” y veintiocho pretendientes, desde ingenieras industriales a peones de cantera; la mayoría autóctonos, también un francés y una mexicana. Son hermanos en la fe y están dispuestos a contraer conforme a los cánones. Es un buen número para un cursillo de preparación al matrimonio en el Mendialde navarro.
Algo está fallando garrafalmente en nuestra
sociedad, y es la fundamentación antropológica de los conocimientos recibidos,
en la familia y en la escuela. La gente no sabe por dónde se anda. Empezando
por el principio: quién es el hombre, como es el hombre, para qué de la vida del
hombre. Parece que haces política al afirmar la radical igualdad y dignidad
entre el varón y la mujer, personas libérrimas, completas y complementarias
también. Te miran raro cuando afirmas que hay dos formas de realizarse en este
mundo como persona, en tanto que varón o como mujer. Y sin embargo, conforme
les hablas, van atando cabos sueltos y del estupor pasan a la mirada connivente
y al sutil cabeceo aprobador, conforme van comprendiendo que todo tiene que ver
con todo, me refiero a las expresiones de lo humano. Antropología del matrimonio que lleve a
explicar las vidas matrimoniales fracasadas.