[Traigo esta entrada en Facebook,
del 16 de julio de 2010, para dar unidad de pensamiento a estos Papeles de
Aranbide, aunque sea de modo desordenado en el tiempo]
En mis años mozos,
no he conocido otro Faustino que el Faustino que servía Faustino Usoz. Su
mirada tan serena, de hombre llano de esta tierra; su pausada voz; su porte
hidalgo, de abarca que no de espadín… Un hombre a carta cabal. Todo un señor.
Nos conocía a todos, por nuestro nombre y “hazañas”, por lo menos a los de mi
promoción.
La última vez que me
lo topé venía de frente, observándome, por el camino que llega a Navascués.
Volvía del huerto, azadón al hombro, camisa a cuadros, pantalones azules de
Vergara por dentro de unas katiuskas de media caña llenas de barro. Estando a
mi altura me abordó con deferencia:
―¿A que no sabe
quién soy?
―Pues… Faustino ―le
reconocí.
―Y tu… Tu eres el
mayor de los Zubiaur y tu mujer de Mayans y… de los Urmeneta, también.
Y nos liamos a
evocar los sesenta con fruición. Concluí, así se lo dije, que sabía más de las
andanzas de mi mujer por los pasillos del Central que de mí mismo. ¡Pues sólo
faltaba! ―exclamó.
Hay gentes
desgraciadas que forman parte del mobiliario y otros, como Faustino Usoz, son parte
de la misma institución. Se cierra con él otro capítulo de mi vida y ya van
unos cuantos.