«[…] Mas ya sé lo que [Tú] quieres, lo que buscas:
si la esperanza es prenda de prodigios,
si el sol de caridad arde sin tregua,
lo que pides es fe, los ojos niños. »
(Gerardo
Diego)
Con ojos niños miraba… hasta bien entrada la adolescencia.
Un día quebró su fe, pero no por ello su mirada perdió virginidad. No alcanzaba
a ver el patente mal y seguía inocente. Si fue malo, más por lo que quisiera,
lo fue por las vergüenzas que ocultan la omisión.
De la mano de su padre conoció a los niños de la piedra,
más tarde a los de la doctrina, que entonces había muchos, gobernados por las
hoy denostadas monjas de la Caridad. En sus sueños
infantiles una obsesión recurrente tenía, incomprendida porque nadie se la
explicó, la de aquél almacén de unas colonias escolares donde se amontonaban
centenares de alpargatas ya gastadas para ser distribuidas por orden y turno a
los nuevos colonos que llegaban. Gustó del queso y de la leche en polvo de la
ayuda americna, que traía una fea mujer a casa, quitándosela de la que a los
suyos correspondía, como forma de agradecer no sé qué enormes favores hechos
por su padre para que le adjudicaran una vivienda social.
El efecto —no lo supo aquél— es que se considerara, más que un afortunado, un
niño bien. Esta fue la injusticia reiteradamente cometida hasta entrada su
madurez. Lo visto no le evidenciaba las cosas como son y tenía que echar mano
de una marchita fe. Y ahora que lo piensa se arrepiente de su malhacer
Si en la vista está la ventana del alma, si el lenguaje
del amor está en los ojos, escrutándoselos hasta el fondo no tuvo los ojos niños, que los tuvo
de niño bien.
Niño bien - 2014 - |