En La rebelión de las masas Ortega denunciaba que «se ha apoderado de la dirección social un tipo de
hombre a quien no interesan los principios de la civilización», aludiendo con esto al especialista en perjuicio del
humanista, que tiene una visión holística y compacta de la singular y varia
existencia humana, frente a quien la ve a través de un canuto. No deja de ser
curioso que quien tiene una visión “sinfónica” de la vida coincida en el mismo
sentido. Daniel Barenboim hace unos años achacaba a esa especialización la
enfermedad de «no saber trazar
realmente las causas, sino solamente los efectos, las consecuencias […] No sé —evocaba— quién dijo con ironía y exactitud que el
especialista es alguien que sabe más y más sobre menos y menos. Traducido esto
a los procesos humanos, sociales y políticos, —concluía— significa tratar los síntomas y no las causas»
Pero hoy esto no es ni así, porque
por virtud de la democracia y del aplauso de los medios —y los enteros— se ha dado cabida
en el sistema no ya al miope especialista, sino al indigente, al que carece de
pensamiento y bloquea el de los demás. A gente «de poca talla y
poca vida» —en palabras de Slawomir Mrozék—, a aquél que tiene el poder de
esconder luz interior como la mano esconde el sol, dice Paulo Coelho. Por otro lado, es terrible y constatable que si le inyectas talento al sistema, lo confundes y nadie sabe a qué atenerse; «enfermo de
desencanto» --como se ha dicho-- recurre al abstencionismo como
respuesta política al embrollo.
La creación de Adán, por Miguel Ángel. Capilla Sixtina. |
Todo esto parece irremediable y está
en la base de la crisis social y de todos los grupos “ideológicos”, que nunca
podrán refundarse desde sus cenizas, porque lo que les ardió fueron las bases que les sostenían, que viven ya en otro mundo, en el que todo depende de
todo. Si se me permite el símil, ¿cómo se va a gobernar a unos caballos desde
la carreta cuando ésta ha roto el enganche y el tiro, espantado, vuela? Los --me atrevería a decir-- autoproclamados dirigentes no están a la altura de las nuevas circunstancias con instrumentos creados, además, para
tiempos pasados.
Hay dos maneras de llegar al
desenlace —decía Cambó—, pedir lo imposible
y, otra, retrasar lo inevitable. Hoy por hoy parece imposible evitar a
especialistas e indigentes, por lo que se está en retrasar la hora de lo
inevitable. Con gran sentido común, no hace falta más caldo de cabeza, el magnífico pintor Antonio López vaticinaba que «las cosas van a
empeorar hasta que quienes defienden el sistema se sientan en peligro».
Claro que, como se repite por la
propaganda oficial, la crisis es un estado de ánimo. Pero no sólo de ánimo en
sentido económico, como pudiera interpretarse, sino por ver cómo y cuándo se
sale de esta con los bueyes que tenemos arando los vientos. Y téngase presente que
un tiro de bueyes tiene dos, uno a la derecha y otro a la izquierda del pértigo.