Me pregunta un logsero indignado —de lo
primero no es culpable, aunque sea error vencible si tiene interés— si eso de “sentar los reales”, dicho de un
parlamentario, significa poner el culo en el escaño. Me salta la risa por la
equiparación seudoescatológica, no del todo incierta porque donde se pone el
culo a veces se caga, pero le tengo que decir que no. No es así. Es peor. Vaya
por delante que pone el culo, en lunfardo, el ministro, que es el que recibe,
no el que da. Pero este camino está desviado y vedado.
Es evidente que, al sentarse, uno pone el culo en el
escaño y, sobre todo, deja ipso facto de ser culo de mal asiento. Pero poner el
culo en el escaño tampoco significa agarrarse a él —aunque
pudiera serlo— porque los humanos no tienen modo de agarrarse con el culo, por
mucho que aprieten las nalgas. Los seres provistos de ventosas las tienen en el
pie o en los brazos. Habría que considerar muy seriamente el caso de los ocho
brazos del pulpo con los que se agarra a lo que sea, especialmente para
llevarse condumio al pico.
Hay gente presuntuosa, de culo apretado, y otras que
aprietan el culo contra el escaño al tiempo que ponen las barbas a remojar, a
la espera de que se las recorten, porque no se las van a pelar. Nadie queda allí a
culo pajarero, con el culo al aire, aunque sí casi todos caen de culo al ver
llegar a inesperados representantes de la calle.
Volviendo a la escatología, culo no solo son las nalgas,
dos, los músculos glúteos, dos. Allí donde la espalda pierde su honesto nombre
incluye nalgas y citopigio, vulgo ano, por donde mayormente se caga, aunque las
mayores cagadas suelen ser verbales, muy raramente cerebrales, que por no oler
acaso pasen desapercibidas.
En fin, sentar los reales no es poner el culo, sino acampar,
asentar el campamento del rey, con tiendas, cuadras, armas y toda la impedimenta.
No es vivaquear las tropas al raso, valga la redundancia, sino poner culo y
espalda en colchón, para larga temporada, sea a costa del rey o de la nación.
¡Átame esa mosca por el rabo, chaval!