viernes, 28 de enero de 2011

Peinarse con toalla

Me pronosticó con mal ojo que me quedaría bajete, culibajo, gordo y calvo. Pues bien, no dió ni una... Cierto es que con la edad he venido adquiriendo sobrepeso. Pero conste que está todo pagado, que a nadie debo mariscadas ni paellas, que con cualquier cosa me conformo, pero tengo una rica (y sabrosa) experiencia. O sea, que aunque de buen conformar, no me la dan con (cualquier) queso.

Tengo talla y piernas proporcionadas y el culo firme y en su sitio. Como de pelotari. ("¡Qué ricoss culos los de los pelotaris de casa!", sorprendí diciendo con avidez a una vieja del pueblo). Pelo también, pero menos denso que antes, y blanco porque no me lo he querido pintar, como me aconsejara en confianza un amigo arcipreste. Porque aparte la estafa estética, tiene que ser una gaita elegir el tono y luego andar de aquí para allá con los botes de tinte y las brochas entretenido con maniobras inconfesables.

Un amigo posteaba ayer en relación con la fiabilidad de ciertos crecepelos y el alto rendimiento de otros procedimientos modernos. No pude menos que apostillarle con el dicho argentino: "Si el cabeyo fuera importante, cresería p'a dentro". Porque si recurres a eso tan radical como un transplante, he visto que te dejan el cráneo majado como una huerta de folículos. Para este viaje, mejor peinarse con toalla, como le dijo el Joe al barbero:

-¿Qué va a ser, señor?

-Pues mire, cejas y narices, que el cráneo me lo apaño yo con una toalla.