sábado, 21 de mayo de 2011

Premoniciones

Ahora que parece que algo se mueve en España, hace unos días cayó de entre mis papeles una nota tomada en 2002. Tenía entonces entre manos la edición francesa de la novela de Jean Raspail Le camp des saints, más tarde traducida al español. Su lectura me sobrecogió y más áun años después, cuando se pudo comprobar que su argumento no era de ficción, sino de anticipación de unos sucesos que sucederían tal y como el autor intuyó: unos miserables a bordo de un barco errante al que todos los puertos negaron asilo…

A lo que iba. La nota recogía la siguiente consideración del autor, que traduzco: «Es raro que los movimientos de masas espontáneos no sean, de hecho, más o menos manipulados. Inmediatamente nos imaginamos un director de orquesta omnipotente, gran manipulador en jefe, estirando de miles de hilos en todos los países del mundo y secundado por solistas notables. Nada nos parecería más falso. En este mundo atenazado por el desorden moral, algunos de entre los más inteligentes, generosos o perniciosos, se agitan espontáneamente. Es su manera propia de combatir la duda y escapar de una condición humana cuyo secular equilibrio rechazan. Ignorando lo que nos depara el porvenir, se implican en una loca carrera que es una huida hacia adelante en su propio camino […] Cada cual tira de sus propios hilos, atados a los lóbulos de sus cerebros y es precisamente ahí donde reside el misterio contemporáneo: todos los hilos se unen y proceden, sin concierto, de la misma corriente de pensamiento. El mundo parece sometido no a un director de orquesta identificado, sino a una nueva bestia apocalíptica, una especie de monstruo anónimo dotado de ubicuidad, que desde un principio se habría jurado la destrucción de Occidente. La bestia no tiene un plan concreto. Aprovecha las ocasiones que se le ofrecen […] ¿Es de origen divino o más probablemente demoníaco? Este inverosímil fenómeno, nacido hace más de dos siglos, fue analizado por Dostoievski […] Nada detiene a la bestia. Lo sabe todo el mundo. Esto engendra el triunfalismo del pensamiento entre los iniciados, mientras que los que todavía luchan consigo mismos se persuaden de la inutilidad del combate. […] » (Robert Laffont, Paris, 1996, pp. 55-56)

De este barro solo parecen escapar los ingenuos, que no se enteran, y los más avisados, que no son precisamente los triunfalistas iniciados, sino los prudentes, discretos y más sagaces, que distiguen el trigo de la paja y actúan en conciencia.