viernes, 27 de mayo de 2011

La era del hombre

Llevo horas intentando poner en orden mis ideas sobre el cambio climático. Estoy engolfado entre informaciones de variada índole y origen acerca de las emisiones de dióxido de carbono en la atmósfera y los llamados mercados del carbono, muy volátiles y especulativos, por cierto. Arduo es el trabajo en el que estoy. Tengo la seguridad de que lo que alcance a saber hoy del comportamiento de esos mercados mundiales quizá no valga mañana.


Así las cosas, me topo por accidente con la recensión de un artículo que publica The Economist (http://www.economist.com/node/18744401), dándonos a los lectores la bienvenida al Antropoceno. Confieso que ignoraba que así se había denominado por Paul J. Crutzen (2000) a la «era del hombre», que ya estamos viviendo en el planeta Tierra. Según el articulista, se trata de uno de esos momentos geológicos ―valga la expresión― en los que el progreso científico puede hacer cambiar radicalmente la visión que tenemos de las cosas mucho más allá de la ciencia, haciéndonos repensar la relación del hombre y la Tierra para actuar en consecuencia. Suena bien, porque no siempre se ha tenido en cuenta que el nuestro es un ecosistema al que los hombres estamos íntimamente ligados y en el que desempeñamos un papel definitivo. La cuestión es que ese papel sólo se hace derivar del hecho que, con los medios de que disponemos, los humanos nos hemos convertido en una fuerza de la Naturaleza: estamos modificando el planeta a una escala geológica, pero mucho más rápidamente que lo que realmente tarda un tiempo geológico. El desafío del Antropoceno es ―se afirma― emplear la creatividad y el ingenio humano para reestablecer las cosas de modo y manera que el planeta «pueda cumplir sus tareas en el siglo XXI». No se identifican cuáles puedan ser éstas. El autor no se moja.

Unos, la mayoría, hablan suavemente de la sostenibilidad del crecimiento económico. Otros prefieren referirse con rudeza al «capitalismo global como agente geomorfológico». Se trataría de repensar no tanto qué estamos haciendo, sino por qué y para qué. Administramos un patrimonio que no es nuestro, mientras lo expoliamos procurando no repartir. Además.