martes, 29 de noviembre de 2011

Una ceñida a rabiar


Gracias Javier por tu paz. Esa que transmite tu serena mirada al mar que, aun herido de muerte, te queda por navegar. Animoso, te ciñes al viento y dejas hacer que te lleve donde sea que fuere, pero bien apretado a él. Que no se pierda una racha ni el timón, que a los winches estaremos los demás.

Me has transmitido paz, esa paz de verdad que nace del corazón y la otorgas gratis a los demás por el mero hecho de serlo. No digamos si hemos sido marineros en iguales singladuras, juntos, en la armonía de que quienes sufren una misma tensión y le dan cara, una misma cara con muchos brazos.

Me has dejado pensativo contemplando la inmensidad del mar, siempre cambiante, tan cercano, tan peligroso como la vida misma. Como el fuego.


Te veo bien Javier. Me quedo bien. Que la paz sea con nosotros.


(Foto: Alfonso Rosales Monge)

sábado, 5 de noviembre de 2011

La Beni


La Beni se gana parte de su vida limpiando panteones. En llegando el tiempo de Difuntos nos pide una excedencia, porque tiene no menos de sesenta abonados a los que limpiar y lavar las lápidas familiares. Tiene experiencia desde niña en ello, no en vano se crió entre malvas, porque su padre, enterrador, tenía derecho a casa-habitación en las instalaciones del cementerio municipal, trazado a cordel y con sus espacios verdes y todo.

De niño, a quien más conocí en el cementerio fue a su capellán, don Macario, que vivía con una hermana soltera, que le hacía de ama, en unas amplias habitaciones también municipales. Era de bonete romano, carlistón y conservaba el carácter trabucaire de su juventud. Solíamos llegarnos hasta su casa paseando en domingo, de la mano de mi padre. Allí nos daba para el almuerzo huevos fritos de casa, puestos por unas gallinas que debía tener en algún lugar por ahí y que mi padre decía por impresionarnos que picoteaban entre los huesos humanos descubiertos por las sucesivas mondas. Nada más falso, porque en el cementerio de San José no se dejaba ver ni un hueso, humano ni de fruta. Sólo rodaban por el suelo las piñas de los altos y reverenciosos cipreses y, en algunos rincones, manzanicas de pastor, porque algunos carnarios se adornaban de rosales silvestres. Ahora, de mayor, justo sé quién es el polaco que oficia como capellán y cada día reconozco más nombres en las lápidas; los cipreses tienen bastantes más palmos de altura y los rosales se han hecho agrestes sobre tumbas sin sucesores que revertirán sin remisión al patrimonio de la ciudad. Es la vida.

Volviendo a la Beni “mi” Beni, dice mi mujer, tiene oficio para los difuntos pero menos para mi casa. Le sobra voluntad y nos es muy fiel desde que, jovencita, criara a nuestros hijos con biberón. También es atolondrada, fisgona y muy rompedora, por imprevisión y unas manos como tenazas enemigas de Sèvres y Bohemia. Eso sí, ¡cómo cocina las verduras de la huerta! ¡Con qué ciencia maneja el aceite virgen, los sofritos de ajos, las cebollas pochadas y las patatitas, ligando unas salsas ¡para chuparse los dedos! ¿Y los platos de cuchara…? Salvo que tengan carne, que la destroza, por lo que deduzco, macabro, que de lo que de verdad entiende es de huesos.

martes, 1 de noviembre de 2011

Huesos de san Expedito



No parece que San Expedito hubiera existido, pero lo cierto es que por ahí se amasan y comen sus huesos. En tiempo de la Semana Santa sevillana, por ejemplo, pero en mi casa también es tradición alrededor de Todos los Santos y del Día de Difuntos. Quizá porque se les diga huesos de un santo, pero lo cierto es que nada tienen que ver con esos mazapanes alargados, que remedan tibias con su tuétano de yema o mantequilla, para mayor verosimilitud laminera.


San Expedito, al parecer italiano, es un santo que no se encuentra en el martiriologio romano, pero recibe culto el 19 de abril desde el siglo XVIII. No me he puesto a rastrear más al personaje, porque me parece más bien fruto del imaginario popular y competencia de san Judas Tadeo y santa Rita en la solución de las causas urgentes e imposibles. Muy especialmente se le han encomendado las causas legales demasiado prolongadas, en las que la razón y la verdad lidian contra intereses de otro orden. «En Rioseco aprendí —decía La pícara Justinaque untan los pleitos con manteca para que se estiren. Es decir, se alargan infinitamente. Yo pensaba que era un negocio breve. No fue poco lo que tardó». Pues eso.

Expedito pasaba por ser santo protector de militares, estudiantes, jóvenes y viajeros, mas creo que ya nadie le encomienda sus avatares.

Volviendo a los huesos, los de este santo son pobres, de batalla. Se hacen con una masa simple de harina, levadura y huevos, algo de aguardiente o anís y ralladura de limón. A unas pequeñas porciones se les da forma redonda y alargada, como dedos, una incisión a lo largo y se fríen en aceite de oliva no muy caliente, para que se doren bien. Luego se espolvorean con azúcar glass. Recuerdan el sabor de rosquillos y chandríos.

De niños, cuando tata Consuelo o mi madre  nos ofrecían una bandeja de huesos de san Expedito, dábamos cuenta vorazmente de ellos mojando en leche o chocolate, sin preguntarnos si era o no tiempo para recordar a familiares difuntos ni encomendar negocio alguno al santo.