miércoles, 21 de diciembre de 2011

¡Tanto que contar y compartir!


Llevo largo rato mirándola a metro y medio escaso de su faz. Se siente observada y no sostiene la mirada, que dirige al infinito. Una bella mujer de rasgos eslavos que espera, como yo, turno para una extracción de sangre.

Porte digno y educado, el arreglo de sus cabellos y su mirada la delatan como una mujer poco corriente, que un día no lejano se lanzó por necesidad a la aventura de dar con un trabajo allí donde todavía lo había y lo encontró. Sus manos aún conservan la finura de sus orígenes. No han hecho callo ni se han deformado, eran de señora, pero hoy son de trabajadora.

Viste, con elegancia modesta, género negro barato y un blanco bolso de plástico que sostiene baboso sobre sus rodillas. Todo con dignidad. No sé la entidad de sus desarreglos o si estará enferma de algo, pero me transmite paz. Puede ser mi esposa, o la tuya, lector.

Descuidadamente le robo su imagen, que ahora contemplo, pero no tengo permiso de su dueña para publicarla

Intuyo que tiene trabajo y poco dinero para su día y día. Incluso mandará a los suyos, pero estoy seguro que ha empeorado su condición. Tiene mucho que contar, pero ni es el lugar, ni hay tiempo, ni hemos creado antes un ambiente de confianza mutua en el que compartir. Oigo que los altavoces reclaman mi vez y ahí la dejo, aparentemente en paz.

¿Qué piensa ella de mí?