domingo, 8 de marzo de 2015

Los cantares del agua


Tata Mari me instruyó sobre cosas que ahora que soy mayor encuentro palabras para contarlas. Cosas que parecen cuentos pero que a nada que se esté atento forman parte de lo fabuloso que tiene la vida natural. Ahora los chicos se distraen con artilugios y no se enteran de lo que pasa en su derredor. Han renunciado a ser los reyes de la Naturaleza y creen que estos son los leones. Lo dicen en la televisión. ¡Y un jamón!

Yo vivía en plena naturaleza, pero a ésta no se la entiende sin una intérprete que llame tu atención sobre los pequeños aconteceres, que las gentes de la ciudad ni se han puesto a pensar.


Gracias a las bicis, que nos acercaron allá donde la erreka se acerca al río Baztan, descubrimos unos árboles llamados álamos, de gran copa, plateadas hojas y grandes raigones que buscaban el agua con avidez. La erreka venía casi siempre turbia pero eso no importaba para que a la sombra de las pobladas ramas, recostados entre esos raigones, nos tomáramos un descanso. Tata Mari me explicó que hay árboles que tienen mucha sed, como los álamos y los chopos de las orillas de los arroyos, que se tiran de raíz al agua para satisfacerla. Son árboles más blandos que los robles, las hayas y los castaños, pero también forman parte del paisaje


Tuvimos un pequeño silencio y me preguntó: «—¿Qué oyes? Y le respondí: —El trinar de los pájaros, el viento, mugidos de vacas lejanas, balidos de ovejas… —Sí, sí, eso es lo que oyes —dijo— pero ¿qué escuchas? Aquí casi me pilló, porque yo ya había aprendido la diferencia entre oír y escuchar, que es poner atención al oír. —Pon atención en lo que oyes primero —me dijo. Y oí, escuché y le dije: —Primero el rumor del agua, luego… Aquí me interrumpió. —¿Te das cuenta que cada agua tiene su cantar, que no hay agua silenciosa...? ¡Hasta el agua remansada da lugar a otros cantares: el de las ranas que croan, el vuelo de los pájaros y de las libélulas que beben, el zzzzz de los bichos que nos pican…!

»—No hay agua silenciosa, sino que cada cual tiene su cantar. Recuerda como salta en Xorroxin, como anunciando desde hace siglos ¡ahí voy yo, nacida de la tierra, qué bella me véis… Me bautizaréis, pero cambiaré de nombre y no sabéis bien cómo acabaré! ¿Cómo se escucha en Erlategui, y en Giltxaurdi…? ¿Y cuando estamos rezando el avemaría en Lourdexo? ¿Y en la quietud de la balsa de los frailes…?

»Pero canta también el agua al llover, con su repiqueteo sobre tejas y pizarras, cuando lame  las hojas de los árboles o cuando la nieve se deposita silenciosa sobre prados y tejados. Entonces, si escuchas, cuando todo el mundo está en su casa y atiza el fuego, se oye el silencio. Y puedes soñar.»


Y cuando llueve como hoy en la ciudad, el agua también despierta mis nostalgias de los verdes paisajes. Arraigos, apegos, horizontes donde no tengo puesta la mente sino el corazón. Entonces canta mi alma en mi soledad sin pena, hecha de memoria y paisaje.