sábado, 7 de agosto de 2010

El martirio polaco

Más de dos años han pasado desde que se estrenó, pero ayer noche pude ver, por fín, en casa y a mis anchas, "Katyn", sobrecogedora película del polaco Andrej Wajda, octogenario director de cine a quien adorna una especial sensibilidad narrativa con la imágen, lejos de cualquier sentimentalismo facilón. Y eso que su padre fue despachado por los soviéticos en los bosques de Katyn (1940) y su madre no lo pudo saber sino hasta diez años después. Es una película llena de humanidad que hace memoria histórica de un crimen de guerra, no más allá de la contundente narración de hechos ciertos y la presentación de dramas personales con ribetes autobiográficos, pero en su mayoría femeninos. ¡Qué tesón el de la mujer polaca!

En Polonia quisieron acabar con un pueblo privándolo de su “intelligencja” y, así, mientras los soviéticos masacraban a toda la oficialidad del ejército en Katyn, los nazis liquidaban profesores universitarios. Es una película completa, que también apunta las tragedias conocidas del “nuevo orden” bajo la bota soviética y la mediocridad de los nuevos ricos rápidamente situados.

Las cosas como son. Hasta ayer lo último que había visto de Wajda era “El Silencio Roto”, de 2002, pero desde entonces han pasado muchas cosas. Contaba Wajda en una entrevista que cuando se pasó su obra en el Gran Teatro de Varsovia, en septiembre de 2007, al apagarse las luces tras las escenas finales, se oyó cómo alguien rezaba una oración. Se ha dicho que “en la historia de Polonia se repite la misma biografía simbólica: la víctima inocente, el martirio, la muerte y la redención”. Nunca ha perdido la confianza en el resurgir de su nación.