sábado, 7 de agosto de 2010

¡Que se me jubila la gente!


¡Que se me jubila la gente! Algunos, los más renegados, deseosos de que paren el mundo ―como se decía en mayo del 68― para bajarse en el primer apeadero. Otros deseando tomar posesión de un nuevo y codiciado, aunque resulte más magro, estatuto personal. Todos echando cuentas y haciendo planes con su libertad, frotándose las manos de gozo, suscitando envidiejas. No sé, no sé.

Máxima era del marqués frondista y mundano de La Rochefoucauld, que «antes de desear algo ardientemente conviene comprobar la felicidad que le alcanza a quien ya la posee». Pues eso, que no me es fácilmente comprobable yendo más allá del pellejo de las apariencias. Publio Ovidio Nasón, exilado de Roma en los tiempos de Augusto, recomendaba desde su experiencia aprovechar muy bien el tiempo de la vida, porque pasa con pie rápido y por muy feliz que sea el venidero, es menos dichoso que el pasado.

Mejor estar a lo que estamos. Que sean todos muy felices y que yo los vea.