jueves, 22 de septiembre de 2011

Un dilema de dos, que resultó de tres


Confieso que lo hice así, como lo cuento, y volvería a repetirlo en defensa propia.


Ayer, al caer la tarde, mi mujer y yo caminábamos por una acera de unos cuatro metros de ancho, entre una farola, un chirimbolo para no sé qué y, un metro más allá, una señal de la ORA. Íbamos con nuestro pequeño perro que, atado corto, olisqueaba el muro de la izquierda. Frente a nosotros, una gusanito nos miraba, viéndolas venir… Y vino así.


Oí por detrás una voz que, a cierta distancia, gritaba pí, pí, pí… Miré de soslayo y vi a dos mozalbetes sobre una bicicleta acercándose, inestables, a cierta velocidad. El que se sentaba sobre el manillar gritaba ya un insolente piií, piií, piií… Un dilema vital se me presentó: o saltábamos con el perro o nos atropellaban por la espalda. Mi mujer en Babia, el perro a lo suyo y la gusanito atenta al desenlace…


Enfiló la bicicleta el escaso espacio que había entre mi mujer yo cuando, haciéndome a un lado, volví sobre el otro y con mi hombro le di un empellón al equilibrista. Él, su motor y los hierros que cabalgaban se esnafraron contra una reja, mientras maldecían de nosotros ¡por no apartarnos! y nos amenazaban con darle una patada al puto perro. Mi mujer comprendió mi finta y aún le retó al macho más vociferante: «¡ven por aquí ven…!» Pero no se le acercó. Se alejaron blasfemando, mientras la impertérrita gusanito comprobaba en los parabrisas de los coches que nadie se excedía en la ORA.