viernes, 3 de diciembre de 2010

Amatxo María



Falleció Amatxo María el día de San Martín. Contaba cien años de edad, menos un mes. Sintiéndose morir, dispuso volver a su casa de Leitza para allí ser velada y luego, en cortejo de familia y allegados, recibir sepultura en la tierra que ha sido testigo diario de su esforzado vivir. Mostraba en su féretro el rostro que siempre tuvo, apacible y sereno. Me dijeron que en su última enfermedad no sufrió y yo recordé las palabras del gran Leonardo al decir que “una vida bien usada causa una dulce muerte”. Porque María, todo fuerza y kozkor, no paró siquiera un momento en la suya. Prototipo de la mujer navarra, temerosa de Dios, sencilla, maternal, trabajadora, puntal y centro de su casa.
Los amores vienen de lejos. En 1982, los Carreño y los Baleztena celebramos cincuenta años de amistad. Intimaron con mis mayores en Leitza, allá por el 32, cuando huidos por los pelos de los sicarios de la República mis abuelos encontraron paz en aquél lugar. Leitza no fue un exilio para los míos, sino Navarra una nueva patria chica que decididamente les arraigó. En la paz bucólica de Leitza su vida no languideció, antes bien cobró tono y hasta vida social en Petrorena y sus aledaños, solar donde pululaban baleztenas, jaurrietas, carreños, trigonas y cualesquiera personas “de fundamento” que por allí recalaran, fueran rusos blancos, niños austriacos o gentes de Zaragoza.
Primero se alojaron en Iñaziobarun, luego en la fonda de la Calixta y, por fin, en Ofizina, donde los Zabaleta les alquilaron durante los veranos de varios lustros todo un piso de su casa. Se la conocía por este nombre desde que allá por los años 1912 ó 13 tuvieron en ella su sede provisional los ingenieros que tendieron la línea férrea del Plazaola entre Pamplona y Leitza.
Amatxo María, también Zabaleta de apellido, casó a casa de su marido Joshé Miel, carpintero de oficio. Pero esto ocurrió cuando éste volvió de la guerra, cuando desmovilizaron a su quinta. El ama joven se hizo cargo de la casa y también de su suegro Miel Joshé y de María y Angelita, sus hijas solteras. Seguidos llegarían una hija y tres varones, casi de mi edad: María Luisa (Chichinita), Juanito, José Ángel y Miguelico. Yo nací en el 48 y desde el mismo año veraneé en Leiza con mis padres y abuelos, entre tatas, tías solteras, María y Angelita, todas yendo, viniendo y cotorreando. La que ponía orden era la Amatxo y los hombres de la casa se dejaban hacer, mientras refunfuñaba el gineceo: “¡Venga, puess, no tenéis mejor cosa que haser! ¡Hala, a trabajarr…!” Aún no mediaba la mañana y ella ya había echado de comer a la vaca, a cerdos y gallinas, puesto el desayuno a los mayores, en planta la casa y se disponía a regar puerros, cebollas, tomates y vainas en su pequeño huerto, en el meandro de la regata. O a desgranar maíces, o dar la vuelta a las castañas y luego apañar un guiso sustancioso para la comida.
De la mano de esta mujer aprendí también a dar los primeros pasos por nuestra tierra, y descubrir grillos, luciérnagas, sapos y ranas; que los cabezones tenían tripas y que las abejas hacían miel, pero picaban con su aguijón; que las vacas parían y que luego les colgaba un no sé qué que nunca me dijeron. Izeba Angelita acariciaba el lomo de la parida mientras le decía “goshua, goshua!” y le daba a beber un balde con una tibia infusión de manzanilla, se conoce que para entonar a la res.
Ya mayorcito, me introdujeron en el mundo de la fabulación, excitando mi infantil imaginación con historias y sucedidos de la montaña: de brujas y lamías en Leitzalarrea, sucesos inexplicables, extraños brillos nocturnos en el cercano cementerio de los burros... La versión local del hombre del saco era Chiquito de Berástegui en carne y hueso, un vecino del pueblo colindante, corto de estatura, con cuya sola mención vencían mis rebeldías a la hora de la siesta o conseguían que volviera de los maizales donde me había ocultado para no hacerla.
Entorno mis ojos y los veo por ahí, vivos aún, a Miel Joshé, a las izebas María y Angelita, a Joshé Miel y a su hijo José Ángel. “¡N'este mundo…!”. Amatxo María también se ha ido al cielo. Siempre la quise porque casi me vio nacer. Sus ojos me transmitían una chispa connivente, como queriéndome decir ¡si yo te contara! Y de este modo yo comprendía lo que yo mismo ignoraba.
Cierro otro largo capítulo de mi vida y a todos les canto con aires de zortziko navarro Agur, Jesus'en ama,/ Birjiña maitea,/ agur, itxasoko izar/ dizdiratzailea./ Agur, zeruko eguzki/ pozkidaz betea. … Agur, Ama nerea,/ Agur, agur, agur.