martes, 23 de septiembre de 2014

¡Que empiece ya, que el público se va!


Notorio es que cada cual es distinto del que tiene a su lado, en cuanto se refiere a su personalidad. Unos la tenemos y mostramos cierta coherencia con ella. Algunos otros creen que se puede estereotipar y crearla donde no la había. Hay quien se ve tan singular que se cree Robinson Crusoe, que sólo necesita crear en su magín una isla donde naufragar, y se ve encantado de la vida al topar con la compañía de un negro Martes, aunque sea rojo, estelado o amarillo con rapaz.

Pero no. Desde Navarra podemos afirmar que la personalidad es fruto de muchísimas circunstancias que no están precisamente fundadas en la raza ni en la lengua (hubo decimonónicos que así lo proclamaron), sino en el devenir histórico fruto del esfuerzo común y en ese gran ámbito que denominamos la cultura, muy difíciles de falsear porque, a la postre, como el corcho, la verdad sale a flote. Una “gran putada” será al final la educación desarraigada recibida por los boys independentistas, leí recientemente.

S. Lentz, Fanfarria
Wikimedia Commons
Esta distinta personalidad es enriquecedora para el común, como lo son los instrumentos musicales para el conjunto de la orquesta. En esta, cada instrumento tiene su son, pero la armonía sólo se consigue si hay una partitura y  músicos de por medio. Y yo me pregunto: ¿Hay músicos entre todos  los soplagaitas que padecemos? ¿Existe una partitura, aunque sea breve y poco gloriosa, que interpretar?¿El director tiene perfil de tal o es una sombra chinesca?¿Y el primer violín? Solistas parece que hay, de bombo y chundas, que van a su aire, como en las fiestas rurales.

Enzarzarnos en dilucidar si eso que vemos en el camino es hormiguero, topera o conejera no conduce a nada. Seguramente a meter la pata. Hay grandes maestros metepatas, que en el peor de los momentos se van de la pata abajo, con gran cagada, y se buscan enemigos donde antes contaba con amigos o, por lo menos, neutrales.


Se ha ido demasiado lejos por un camino injustificado. Aún creo que es posible salvar la personalidad de cada cual, más aún, defenderla rabiosamente en el conjunto orquestal que es España, pero interpretando la misma partitura bajo una hábil y firme batuta. Pero ahora arrecian las voces y palmas en las plateas al grito: “¡que empiece ya, que el público se va…!”, o sea, el elector.