lunes, 1 de septiembre de 2014

Full White Bikini


Inesperadamente apareció. Vestía un bikini a la moda, recatadamente cubierta por un exiguo pantaloncillo vaquero. Sus largas piernas calzaban unas sandalias que apenas salvaban sus pies del frescor de la yerba del club. La acompañaba su hijo, tan espigado como ella, larga, toda larga, pero no depauperada como en algún momento llegué a temer. Sus ojos, apenas maquillados con un rimmel que descascarillaba su poquedad, iluminaban su mirada. —¿Eres tú…? ¿Pero eres tú…?  —Si, soy yo, ¿y tú eres tú? —nos descubrimos. —¡Andá, qué coincidencia, porque yo no iba a pasar por aquí! —dijo ella—; se ha empeñado éste —señalando a su hijo— pero no nos vamos a quedar aquí. Comeremos bocata e iremos abajo. —Yo con los míos, en el self… pero podemos vernos —dije. —Sí, nos llamamos… —se interesó ella.

Le di tiempo para sestear al sol. Pero no pudiendo aguantarme más, la llamé para preguntarle dónde estaba, irla a buscar y tomarnos un helado. No fue el caso. Vino y el helado no fue tal, sino una bebida bio y yo café. Pagué yo, pero ella me debe una cocacola desde no sé cuándo, que me recordó, pero no se la perdoné. Mientras, nos escudriñamos las caras y el largo del brazo que sostiene el florete, porque ya no hay finta que la coja desapercibida. No sé qué pensó de mí, embobado con su mirar, aunque me confesó el día después que no me descubrió arruga alguna. Yo sí le vi un alma cargada de pasión y desamor.


No me importa el largo de su brazo. Jamás tiré de florete con ella.