martes, 24 de enero de 2017

Trump[eter]






¿Cómo hacer sin contradecirlo todo lo que proclama para agradar los oídos de esa hastiada mayoría silenciosa, maltratada por la situación económica y social, que le acaba de dar el sillón presidencial de los Estados Unidos de América (USA)?

En los tiempos que corren de la tercera revolución industrial se dan dos visiones del mundo y su futuro tecnológico. La rotundamente optimista, para la que «la tecnología digital puede ser una fuerza de la naturaleza que llevará a las personas a una mayor armonía mundial»[1], y las tecnopesimistas, que son básicamente dos, a las que me quiero referir porque vienen al caso.

Como si se tratase de una orienteering competition, todas parten de una misma salida pero llegan a distinta meta. Aunque con distinto dorsal, ambas van uniformadas con las nuevas tecnologías al uso y parten de una misma idea, según la cual la mayor productividad de la economía es la que ha hecho a una generación más rica que la anterior.

Con la mirada puesta en los USA, Robert Gordon, profesor de Ciencias Sociales de la Northwestern University (USA), acaba sosteniendo: primero, que la revolución digital está sobrevalorada; segundo, que la verdadera revolución tecnológica tuvo lugar entre finales del siglo XIX y principios del XX, con la electricidad, el teléfono y el automóvil; tercero, que el crecimiento económico no volverá a los niveles estelares que hicieron posible aquéllas innovaciones.[2]

Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, ambos profesores del MIT (USA)[3], no comparten esta visión. Sostienen que a pesar de que los ingresos medios del ciudadano americano se hayan estancado, a pesar de que el desempleo haya crecido rápidamente y a pesar también de las crecientes desigualdades económicas, no puede decirse que haya un estancamiento tecnológico. Lo cierto es que se está acelerando la revolución digital con avances que nos pueden parecer como de ciencia ficción. Las tecnologías digitales están sustituyendo rápidamente a destrezas hasta ahora humanas. Este es un fenómeno generalizado y profundo que tiene hondas implicaciones económicas, unas positivas y otras claramente negativas, además de exigir nuevos requerimientos. Entre las positivas han de citarse los incrementos de la productividad, la reducción de los precios y la mejora general de la economía. Las negativas inciden sobre la distribución de la renta y el incremento del desempleo. De donde resultaría que el progreso técnico y el pleno empleo serían mutuamente excluyentes.

Pero es que, además, no estamos hablando solo de la revolución tecnológica que es la que ha dejado en la calle a buena parte de los electores de Trump. No cabe aislar ésta del proceso autodestructivo en el que el mundo occidental está inmerso. Centrando en los USA la cuestión que nos ocupa, tenemos que considerarla conjuntamente con las consecuencias que está teniendo la política de una progresiva destrucción de recursos no renovables y del medio natural hasta ahora seguida por los USA y que promete continuar, haciendo caso omiso a los compromisos sentados en las sucesivas Cumbres de la Tierra.

Progreso técnico excluyente del pleno empleo, consumo y desarrollo ilimitado reñidos con la conservación de la naturaleza, salvo que sean frenados. Más aún, si bien la ciencia y la tecnología pueden asegurar al género humano los medios materiales necesarios para hacer ciertas cosas, no pueden proporcionarle estabilidad y progreso. Ni dotarle de fines. «La civilización moderna ha dejado a un lado la cultura», como decía Jaki: «desde la teoría de la relatividad se ha predicado el evangelio según el cual todo es relativo. Y esto se ha convertido en la única verdad absoluta.»[4]

De ahí que la nueva situación que se ha creado requiera no palabras ni eslóganes electorales, sino nuevos modelos empresariales, nuevas estructuras organizativas y también nuevas instituciones que sean capaces que afrontar los nuevos tiempos. ¿Cómo?

Vienen a cuento creo yo unas palabras de Alexis Carrel, Nobel de Medicina (1912): «Nosotros queremos hacer por el hombre lo que Henry Ford ha hecho por el automóvil. Hay que arrebatar la primacía a lo económico y dársela al ser humano. El liberalismo ha conducido a los democracias a la bancarrota. El marxismo se ha hundido en la más abyecta de las barbaries. Los hombres necesitan hoy una doctrina nueva, a fin de reconstruir la civilización. El trabajo más urgente es aprender a conducirnos observando la leyes de la vida.»[5]

P.D.- Alguien definió a los USA como un país que pasó de la barbarie a la civilización sin pasar por la cultura.





[1] NEGROPONTE, Nicholas, Being Digital. Knopf, 1995.
[2] The Rise and Fall of American Growth. Princeton University Press, 2016.
[3] Race Against the Machine. How the Digital Revolution is Accelerating Innovation, Driving Productivity, and Irreversibly Transforming Employment and the Economy. Digital Frontier Press, 2011.
[4] JAKI, Stanley L., O.S.B., profesor de Historia y Filosofía en la Seton Hall University, South Orange (EE.UU). Cit. Zenit-Avvenire, 27 de noviembre de 2001.
[5] CARREL, Alexis, “Fragmentos del diario (25 de octubre de 1941), en Viaje a Lourdes. Madrid, 1979, p. 107

viernes, 20 de enero de 2017

Brexiteers


El Confidencial
 La idea que venden los políticos es que todo el mundo ha resultado vencedor en el proceso de globalización en el que estamos inmersos, pero la realidad es bien otra. Está a la vista que los países del norte los del G7 y G20 son ganadores, los del sur perdedores. Los del norte disponen de tecnología, los del sur ofrecen mano de obra barata. Así se explica el proceso de deslocalización de actividades industriales hacia éstos últimos, al objeto de abaratar costes. Pero es el caso de que también hay perdedores en los países que van a la cabeza de ese proceso de globalización: son los desempleados y descontentos generados por la indicada deslocalización.

Así se explica en gran medida el triunfo electoral de Donald Trump en Estados Unidos (USA) y del Brexit en Inglaterra, que no en todo el Reino Unido (UK), apoyados por masas de desempleados y descontentos por la crisis social derivada de una crisis económica, a su vez consecuencia de la mundialización, como queda dicho.

El proceso de globalización no viene de muy lejos. Tres han sido sus retos hasta el momento: mover mercancías, mover ideas y mover personas. El resultado de las dos primeras ha sido un radical descenso de los costes en las modernas economías. Desde 1820 tuvo lugar una revolución de los métodos de transporte; a partir de 1990 hemos asistido a una auténtica revolución de las tecnologías de la información y comunicación, y desde ahora mismo se producirá una revolución de la telerobótica y del teletrabajo en redes.[1]

Teniendo lo dicho en cuenta, es un error mantener que el problema de los USA y de UK radica en la deslocalización de la actividad económica y en la inmigración. Más aún pretender resolver los problemas del siglo XXI con instrumentos propios del siglo XX, como se anuncia que se va a hacer: la rebaja de impuestos a las empresas, para que sus productos sean más competitivos, al tiempo que la subida de los aranceles aduaneros para defender a aquéllos de la competencia exterior. Ambos insostenibles en el tiempo, como lo ha demostrado la historia.

La difícil situación social y migratoria, tanto de los USA como de UK va a tener que enfrentarse no solo con la competencia de países terceros, sino con la nueva fase del proceso de globalización, antes aludida, que ahora mismo se abre, que van a eliminar todavía más puestos de trabajo directo y, por tanto, abaratar costes al tiempo que aumenta el desempleo. Además siempre existirá la opción de deslocalizar la mano de obra hacia países sureños.

En el caso de UK los clarividentes brexiteers van a tener que lidiar con la nueva fase globalizadora, a la vez que con el hecho de que numerosas industrias británicas dependen de la propiedad intelectual, la tecnología, la logística y los servicios del resto de Europa. Y su mercado es, además, el de la Unión. Si carecen de algo  de lo dicho deberán cerrar.




[1] BALDWIN, Richard, The Great Convergence Information Technology and the New Globalization. Harvard University Press.

domingo, 15 de enero de 2017

A la intemperie



Envejecer hoy está mal visto, pero no pudiendo remediarlo… La viñeta de René no puede ser más cariñosa y expresiva de tres abuelitas que seguro que enterraron hace décadas a sus maridos, pero que parece que les va bien en la vida. No se privan del tresillo ni del chocolate con pastas. Parecen estar, además, bien de la cabeza. La más cotilla acaso sea Cecilia, que ni toma chocolate ni para de hablar.

Quizá sí, quizá no. Quizá como decía Borges a estas tres mujeres no les una el amor, sino el espanto asociado al vacío y a la tristeza. Dos viudas son pareja, tres multitud en la sociedad del vacío existencial que vivimos. Tres quizá puedan sobrevivir al aburrimiento. Saben que el precio que van a pagar por su edad es la soledad, porque decía un anciano «tu mundo muere antes que tú»: unos se marchan, otros mueren, y no te queda sino tirarte a la cuneta para dejarte morir.


La soledad, gran enfermedad de la civilización postmoderna. La gente circula cada vez más, pero las personas se encuentran cada vez menos. Hay menos sociedad, «menos patrias», alguien dijo. Antes, la imagen de la desdicha era alguien comiendo solo, hoy es una silueta caminando hacia ninguna parte, donde reina la intemperie.

martes, 10 de enero de 2017

Sin lágrimas de madre



CESNUR
¿Cómo seguir callando cuando lo que hoy no se dice no existe? Los cristianos somos el grupo religioso más perseguido del mundo, dicho sea sin querer olvidar ni disminuir el sufrimiento de los miembros de otras religiones[1]. Y lo somos en mayor número que en los primeros siglos, durante las persecuciones que se desencadenaron bajo el Imperio romano. «El mundo odia a los cristianos por la misma razón por la cual ha odiado a Jesús, porque Él ha traído la luz de Dios y el mundo prefiere las tinieblas para esconder sus obras malignas». Son víctimas «del misterio de la iniquidad presente en el mundo», a la vez que «testimonio de la luz y de la verdad»[2].

Frente a los 105.000 de hace dos años, ya se anticipa que, en 2016, fueron asesinados 90.000 cristianos, uno cada seis minutos. El 70% de ellos (63.000) en conflictos tribales en África, porque se negaron a tomar las armas por razones de conciencia. Rociados con gasolina los hemos visto carbonizarse vivos. El otro 30%, es decir 27.000, murieron en atentados terroristas, destrucción de villas cristianas, y persecuciones del gobierno, como en el caso de Corea del Norte. Entre aquéllos se cuentan los sádicamente degollados por el ISIS. Esta es la parte sangrienta, porque por otro lado sigue creciendo la intolerancia en varios países. Se estima que entre 500 y 600 millones de cristianos no pueden profesar libremente nuestra fe. Es la intolerancia como antesala de la discriminación y ésta de la persecución.

Mientras tocamos la zambomba y le damos al almirez, vemos con cara bobalicona todos los días a los centenares de miles de desplazados por las guerras de Oriente Medio. Los territorios de las primeras predicaciones de los apóstoles se están quedando sin fieles cristianos. Otro tanto cabe decir de los emigrados de Tierra Santa con un lento goteo en busca de un futuro mejor. Es el caso de Belén, hoy ciudad cisjordana de unos 40.000 habitantes bajo la Autoridad Nacional Palestina. Mientras en 1950 la habitaban un 86% de cristianos, apenas llegan al 12% al finalizar 2016. Por efecto del muro que la separa de la zona israelí, muchos jóvenes ni conocen la Iglesia de la Natividad, donde nació Jesús.[3]

Cuando en Belén cierran las puertas de la muralla al anochecer, aquí celebramos la fecha atrapados por el espíritu del mundo, que siempre nos hace amables sugerencias. A duras penas nos quedaremos con los datos escandalosos pero descarnados, sin cara, sin nombre ni apellido ni lágrimas de madre, como si se tratase de unas paladas de almas. Y a lo sumo les dedicaremos una breve oración, sin caer en cuenta que nuestra fe no se encierra en el formulismo de un rezo. Y acallaremos nuestra conciencia con la excusa de la mano que no nos alcanza: ¿qué puedo hacer yo, pobre de mí, para promover la paz mundial? Insignificante pero rotunda, santa Teresa de Calcuta, contestó: «ve a casa y ama a tu familia».



[1] INTROVIGNE, Massimo, director del CESNUR. En http://www.forumlibertas.com/90-000-cristianos-fueron-asesinados-2016/ citando a Radio Vaticano.
[2] Papa FRANCISCO, Ángelus del 26 de diciembre de 2016. ZENIT, Servicio diario, 26 de diciembre de 2016, 20:30:20 GMT +01:00,
[3] BABOUN, Vera Georges, alcaldesa de Belén, árabe y católica del movimiento focolares. http://wp.me/p6OA6V-kH3