jueves, 5 de enero de 2017

Raíces con copa


El año 1998 lo pasé mal y leí mucho. Tras la lectura de una nota de un profesor de mi Universidad, acoté al margen que Fulano «tiene una mirada estereoscópica. Ve más allá de lo que yo veo». Para a continuación desdecirme y explicar: «No, creo que no es que tenga más capacidad de ver que yo. Es que repara en lo que ve, se para para mirarlo, no vive metido en el “bollo”, tiene más paz, menos prisa. A mí me mata el “mañana”, por eso pierdo el tiempo hoy, y lo que realmente me cansa es dar vueltas a mi propio yo».

El mañana y el yo como mis máximas preocupaciones. El mañana en la engañosa forma de qué será de mí/cómo dejaré a los míos, queriendo decir en realidad qué será de un mundo sin mí; y mi yo, como gran incógnita. Ya decía don Pío que «cuando el hombre se mira mucho a sí mismo, llega a no saber cuál es su cara y cual es su careta». Esto no requiere mayor demostración. «Es más sencillo ser como uno es», decía una escritora de cierta fama en una entrevista en TVE2, mientras no dejaba de interpretarse coqueteando con la cámara, que yo lo vi. Pero, ¿cómo ser sin estar atrapado por el espíritu del mundo? ¿Cómo ser sin dejar de ser normal, como la otra gente? ¿Cómo sin tener la tentación de pensar que la ética que te gobierna es el límite del perdedor?


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Y teniéndolos tan cerca no reparé en ellos. Fue Susanna Tamaró la que hablaba a sus congéneres: «Cada vez que te sientas extraviada, confusa, piensa en los árboles, recuerda su manera de crecer. Recuerda que un árbol de gran copa y pocas raíces es derribado por la primera ráfaga de viento, en tanto que un árbol con muchas raíces y poca copa a duras penas dejar circular la savia. Raíces y copa han de tener la misma medida, has de estar en las cosas y sobre ellas: sólo así podrás ofrecer sombra y cobijo, solo así al llegar a la estación apropiada podrás cubrirte de flores y de frutos. Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad que respiraste el día que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aún. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve».


Y así fue, en la primavera siguiente.