sábado, 7 de enero de 2017

Vivir es soñar


Bubur
Volvemos de ver la Cabalgata de los Reyes Magos. Han sido recibidos por las “autoridades” en una de las puertas de la muralla, la que da al norte y tiene un complicado artilugio levadizo. Han llegado con su fastuosa comitiva vestida de ropas coloristas y ligeras, sombreros ornados con plumas y zapatos apuntados. Hace frío en este atardecer norteño y, sin embargo, los niños aguardaban su llegada desde hacía horas recostados sobre sus padres. Trompetazos, cohetes y bombas multicolores anunciaron su llegada y los peques, con ojos atónitos, dieron vivas al cortejo que inició su caminar con el lento y suntuoso andar real. Llovían caramelos, los menos tendrán para contar que han sido momentáneamente secuestrados por los servidores reales para ser conducidos a presencia de su Rey y recibir una bendición, dos besos y un puñado de caramelos. ¡Qué gozo, qué alegría, qué excitación! La antesala de lo que debe de ser el Cielo.

En medio de la barahúnda infantil echamos en falta a los nuestros y sentimos una gran emoción al escuchar los vivas de los niños hechos pasión por vivir. ¿Vale un juguete la sonrisa que alegra el alma? La ilusión hecha fantasía que empapa nuestro espíritu caduco y nos acerca un poco más a nuestra esencia interior y a la paz del Señor, con alegría y esperanza por un mundo mejor. ¿Dónde está la felicidad entre los que no creen en el Cielo, donde se puede gozar de Dios por toda la eternidad? A las puertas de la vida estos inocentes nada saben aún de nuestro comportamiento depravado, hecho de codicia, vicios, perversiones y desamor…

Ya no hay niños en casa, pero esta noche los abuelos trabajarán de firme. Se ocuparán de cepillar los zapatos de los presentes y de los ausentes y dejarlos al pie de la chimenea, como siempre, identificando deseos e ilusiones para que sean atendidos por SS.MM. del mejor modo posible. Hace unos días recibieron en Oriente una carta remitida desde el más lejano Occidente en la que, con letras ayudadas, les argumentaban --¡pobres infantes!-- que se habían portado muy bien, en vista de lo cual les pedían que dejaran en casa de sus abuelos de España...

Su cara al amanecer tardío de su meridiano, cuando aquí banqueteábamos con sencillez la Epifanía, ha sido inefable, como son los rostros de quienes no conocen sino la Verdad de Amor hecha para su edad, que debiera ser manifiesta todo el año para quienes hemos perdido la inocencia.

Sus abuelos de más allá nos deseaban poca cosa. Bastaban un lápiz y una goma de borrar: «Les deseamos que esta noche, los Reyes Magos les traigan: un lápiz que dibuje sonrisas y una goma que borre lágrimas. Que si lloras sea de risa, si tienes hambre que sea de vivir, si tienes que perder que sea el miedo, y si eres feliz que sea para siempre. Feliz día de Reyes Magos». Una gran familia gracias a Dios y Él entre todos.


Y cuando desde mi soberbia poquedad reparo que solo echo chispas para los demás, sin tener en cuenta que todo se hace sagrado si mi amor lo transfigura[1], como lo hacen los niños, recuerdo el desgarro unamuniano:

«Agranda la puerta, Padre  
porque no puedo pasar. 
La hiciste para los niños, 
yo he crecido, a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta, 
achícame, por piedad; 
vuélveme a la edad aquella 
en que vivir es soñar».[2]



[1] Amor sin límites. Narcea, Madrid, 1987, p. 57
[2] UNAMUNO, Miguel de, Fragmento de “Agranda la puerta…”. En Cancionero. Diario poético. Transcrito por PICON GARFIELD, Evelyn, y SCHULMAN, Ivan A.: Las literaturas hispánicas. Introducción a su estudio, vol 1. Wayne State University Press. Detroit, 1991, p. 30-31.