Cae un frío aguanieve que presagia problemas en Belate. La tarde es casi
noche cerrada cuando me refugio en Malkorra, huyendo del agua y con ánimo de
calentar mi cuerpo, siquiera con un café. Tengo tiempo hasta recoger a los
míos, que están en otros menesteres, y alargo mi espera con pequeños sorbos a
mi escueta consumición con leche. No pasa desapercibido el hecho a quien me
atiende y me ofrece algo de comer. Soy goloso y además una de las mesas ha
quedado libre, próxima a las cristaleras.
Pero si lo dicho es cierto, a Malkorra he venido con otro designio:
comido por la curiosidad, casi como un espía dispuesto a comprar voluntades.
Tengo que comprobar si hacen en su obrador una magnífica tarta toda recubierta
de almendra fileteada y tostada. Un manjar. La comí varias veces, porque era el
presente que traía un amigo elizondarra al txoko
y nunca pudimos arrancarle de dónde la sacaba. A lo sumo decía con
misteriosa voz que se la hacían a él, pero no a los forasteros. Un día, forrado
de copas, le oí pronunciar malkorra y
todo fue atar cabos. Estaba yo en el sitio que sospechaba y, al tiempo que
pagaba el café y el jesuita que
devoré, me hice entender qué buscaba y la mujer me dijo que sí, que hacen la
tarta los domingos y no les dura nada porque enseguida se la llevan. Debí poner
cara de frustración, porque me entregó una tarjeta y me dijo que, siendo de
confianza, si la encargaba me la reservarían. La he vuelto a comer varias
veces, pero no recuerdo cómo la llaman. ¡Mala cabeza la mía!
(Publicado en el blog lovelybaztan.com
el 13 de noviembre de 2014)