
Pena y tristeza. Cantaban los israelitas en su destierro: «Junto a los ríos de Babilonia,/ nos
sentábamos a llorar,/ abandonados de Sión./ En los sauces de las orillas/
teníamos colgadas nuestras cítaras./ Allí nuestros carceleros/ nos pedían
cantar,/ y nuestros opresores, alegría:/
“¡Canten para nosotros un canto de Sión!”/¿Cómo podríamos cantar un canto del
Señor/ en tierra extranjera? ». (Ps. 137)

Lindísimo es el chamamé correntino del argentino Rodolfo Regúnaga, cuando
el cantor explica al sauce la causa de su desamor: «Bajé hasta la costanera y vi que un sauce lloraba. Para saber qué
tenía pregunté qué le pasaba. Me dijo que a él le extrañaba no verla más de mi
mano caminar junto a la orilla mojando sus pies descalzos. También dijo que
extrañaba los besos que ella me daba, sentados bajo su fronda en las noches
estrelladas. No llores sauce si ella no viene, se fue a un lugar desde donde
dicen que no se vuelve. No llores sauce, no fue tu culpa, tampoco mía, sólo el
destino tuvo que ver.» (http://youtu.be/zhDZXpQB2eY)
Mi sauce ha llorado hasta quedar hecho un no sé qué desnudo, triste y
lánguido. Le digo adiós hasta la primavera, mientras ve a su vera pasar jóvenes
pasiones, pensamientos y desolaciones de los chicos que a sus facultades van
con pie apresurado, salvando el desapacible viento que a los rostros castiga.