viernes, 14 de noviembre de 2014

¡Uy-uy-uy-ama!


A pelota se ha jugado siempre, bueno, hasta hace poco. Desde muy niños. Bastaba una pared medianamente lisa y un suelo de cemento o de asfalto. Si era de tres paredes mejor y si una estaba a la izquierda se convertía de inmediato en nuestro frontón. De lujo, fuera atrio de la iglesia o escuela. El reglamento era el que nos poníamos los jugadores, al modo que hacían los mayores, pero sin “chapa”, “ancho”, “falta” ni “pasa”. Bastante teníamos con darle con la mano a la pelota, muerta de críos  y más viva conforme crecíamos. Alguna vez, no teniendo otra cosa, llegamos a jugar con duras pelotas de pala e incluso a pelo con bolobetas.

Sabíamos gritar eso de ¡vooooy! y ¡aire-aire!, como los mayores, pero teníamos dos gritos de dolor propios: cuando no encajabas la pelota en la palma de la mano y la golpeabas con las yemas de los dedos o el pulpejo y veías las estrellas, el grito doliente era un sorprendido “¡otz!”; pero si metías la zurda contra la pared el berrido era un repetido “¡uy-uy-uy ama, uy-uy-uy ama!” y la mano averiada iba inmediatamente al sobaco derecho, cuyas propiedades sanadoras desconozco.

(Publicado en el blog lovelybaztan.com el 8 de noviembre de 2014)