martes, 22 de noviembre de 2016

El diario



Antes compraba en la mañana de todos los días un diario regional, pero dejé pronto de hacerlo porque me confundía. Daba prioridad a lo inmediato y más cercano, a lo cotilla sobre lo importante y no digo más. Mantiene una errática línea editorial solo acorde con el correcto relativismo al uso y al criterio de la mayor tirada-publicidad, en beneficio del máximo dividendo a repartir entre los socios de la anónima mercantil que lo publica. La publicidad “benefactora”, como la llamaba Jacques Sauvageot. Pero ya decían en La Codorniz que donde no hay publicidad resplandece la verdad. Cuentan que a Rafael Sánchez Ferlosio le encantaba que todos los días hubiera un número semejante de noticias y que los periódicos salieran a la calle con parecido numero de páginas. La explicación del misterio estaba en que las supuestas noticias habían de ajustarse a los huecos blancos que dejaban los anuncios.



Entonces, decía, como me confundía y todo lo demás, dejé de comprarlo porque me acordé de aquél principio cáustico que enunciaba la escritora Donna León: No hay mal alguno en comprar un determinado diario, mientras no se lea. Ahora bien, al comprarlo puedes animar al editor a seguir imprimiéndolo y esto puede ser grave.

Por supuesto que leía otros diarios de ámbito nacional que, por lo menos, daban sentido a la multitud de información a la que hoy tenemos acceso y seguía su línea editorial, fuera o no por mí compartida. Veía que como decía Bob Woodward sus periodistas buscaban la mejor información que podían aunque no se relacionaran solo con el Washington Post, como se choteaba Pérez-Reverte.

A donde voy. He desertado definitivamente del papel, que echas la cuenta y cuesta un buen dinero. Me he suscrito a aquellos medios nacionales y extranjeros que mantienen páginas web, en las que publican despachos de agencia actualizados y buenos editoriales, buenas columnas de opinión, reportajes y artículos de fondo sobre temas relevantes, redactados por especialistas en la materia o buenas plumas (buenas teclas habría que decir hoy), las que hicieron del periodismo de opinión un género literario.


Que si echo algo en falta. Pues, sí: el olor a tinta mezclado con el de las tostadas del desayuno.